Pancho tiene un Ferrari y hoy dará un paseíto con La Chiqui, una rubia L’Oréal de atributos endiablados, debidamente moldeados por algún cirujano lector de Playboy. La Chiqui desea sensaciones.

Pero algo pasa con el automóvil. Fue al cuarto intento que arrancó.
La Chiqui pide velocidad. El sonido le excita, no en vano está patentado por la casa de Maranello. Pancho quiere complacerla, pero un ruido extraño aconseja prudencia.
Sigue la curva. Patinan y los tortolitos saltan del susto.
Superan la prueba. Continúan.
La Chiqui mete el CD. Beyoncé: Single ladies.
Papito mi rey comunica: no funciona. «Ojitos de gatico» voltea hacia las montañas con un suspiro que significa fastidio.
Se atraviesa un perro feísimo. Pisa los frenos y se colean. Esquiva al animal y ahora Pancho se cree Schumacher. El sol arrecia. A La Chiqui le pica el maquillaje. Papito mi rey, ¿podrias prender el aire? La respuesta no es sexy: en este país no se consiguen los repuestos. Lo siento.
A la Chiqui le llega un olor. Hace un sonidito con la nariz y dice: algo me huele feo. Pancho contesta: a mí no me huele a nada.
Pancho miente… esconde un secreto gástrico.
Pensó que había pasado liso. La Chiqui sospecha y Pancho se hace el pendejo y habla de otras cosas para despistar.
Silencio.
Como carga el peso de la culpa, Pancho omite olores más apremiantes, hasta que el humo los invade y el capó salta como rana.
La Chiqui tiembla de miedo. Pancho dice: Voy a ver.
Llama a la grúa.

El espacio es reducido y La Chiqui está sentada en el medio. Obliga cercanías. Los roces dan felicidad al portu. Al sur de su panza se está llevando a cabo un ascenso peligroso. La Chiqui está tan nerviosa que no percibe las alegrías que es capaz de inspirar en el chofer de la grúa. Las pupilas se le dilatan al tercio. Los ojos de Joao brillan. Si Pancho leyera mentes, no pagaría ni un centavo por el servicio.

Llegaron. La Chiqui está fría, no habrá pecadillos esta noche. Pancho insiste inútilmente.
Taxi.
Se despide de Pancho con un ademán revelador. Será su último adiós. En esta vida hay muchos sugar daddys.
Pancho se retira a su cuarto y exclama: ¡Los Ferraris no son como antes!
Y elabora una segunda hipótesis: Jimmy es un envidioso. Me echó mal de ojo.
Conoces a Pancho, tu vecino barrigón, amante de las cervezas y la televisión. Maldice a los italianos. También a Beyoncé, al perro y al portugués.
Bebe un güisquicito y se duerme.
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