«Cuando Dios te da un don, también te da un látigo», escribe Truman Capote en el prefacio de Música para camaleones. Expresa así que nunca pretendió que las cosas le vinieran fáciles y que su talento fue el fruto de un intenso y largo trabajo, lo que es notable en su obra. Su atención al detalle es elocuente, y muy evidente en In cold blood, libro en el que invirtió años de su vida, al punto de sentirse poseído por su fuerza y complejidad.

De jóven ya daba signos de genialidad 
Pensando 
Siempre curioso 
Escribiendo 
Con Marilyn
Su talento, ese “don” que regala la providencia, no es un simple regalo. Implica un arma de doble filo. Porque en la medida que se entra en consciencia del mismo y se sumerge la persona en la necesidad de desarrollarlo, entonces toda la existencia se transforma en la lucha por honrarlo de la mejor forma posible, de hacerlo brillar para los ojos propios y los del mundo.
Y esto implica trabajo, mucho trabajo y dedicación. Capote estaba plenamente consciente de eso. Su “don” era un privilegio en la medida en que logró transformarlo en una obra concreta, capaz de decirle algo al mundo y que éste se identificara con su lenguaje y sus búsquedas.
Esa muestra de talento a partir de una obra de calidad, apreciada por los otros, le abrió un mundo de oportunidades económicas, sociales, de fama internacional, que facilita muchas cosas en la vida de un individuo. Al afirmar que el Don es un regalo de Dios que viene acompañado de un látigo, el escritor nos ofrece su actitud frente a la propia consciencia del talento como un deber que no puede evadirse, del que no se puede escapar. Y una vez que se adentra en sus profundidades, implica entregarse por entero y aquí es cuando el regalo enseña los dientes y muerde, flagela con su rigurosidad y necesidad de llevarlo a la cumbre de sus posibilidades.
La condición de homosexual de Capote también implicaba un sentimiento de marginalización, de sentirse por fuera de la sociedad, y por tanto la necesidad de probarse valor a sí mismo y a los demás, a partir de una obsesiva búsqueda de la perfección en el oficio literario.
Su apego al detalle y la necesidad de brindar con sus obras universos riquísimos en complejidad emocional, dan muestra de un trabajo incesante, de un compromiso existencial con su propia obra que debía honrarse con una entrega total y hasta obsesiva. Allí el látigo, pero también el entendimiento del mismo como el precio a pagar por el privilegio de ser un gran escritor, reconocido por una sociedad que le abre sus puertas a quien admira y encumbra.







Deja un comentario