Antes de venir aquí a principios del siglo XX, las trasnacionales del petróleo tocaron la puerta de Colombia y encontraron una legislación poco amigable que implicaba altísimos costos y pocas oportunidades de negocio. Entonces vinieron para acá y recibieron el trato que necesitaban para sentir confianza y vislumbrar oportunidades ganar – ganar.
Así se le abrieron las ventanas a nuestro país y pudimos iniciar el camino del desarrollo, en un territorio que venía de sufrir un siglo de guerras, terremotos y enfermedades endémicas. El petróleo se hizo palanca de progreso.
Facilitó el surgimiento de ciudades interconectadas y especializaciones profesionales sofisticadas que lograban plazas laborales, estimulando educación y el florecimiento de universidades; generando bienestar para miles de familias que antes vivían con desoladoras limitaciones.
Cultura, deportes, salud, diplomacia con naciones avanzadas, todo aquello que significa progreso, brotó con generosidad, transformándonos en un destino atractivo para la emigración europea, que llegó con sólidos valores familiares y una ética de trabajo que inspiró toda una forma de concebir la vida y crear vínculos sociales saludables con el entorno. El crecimiento económico fue sostenido y constante, con índices comparables a los mejores países del planeta.
Con la estatización del petróleo, las ventanas se trancaron. La competitividad se vino abajo y lo que fue un sector boyante se fue hundiendo en un océano de burocracia, ineficiencia y corrupción, virus que contaminó al Estado completo.
Colombia aprendió estas lecciones y hoy aplica nuestra fórmula exitosa, aplicada aquí hasta 1975.
La historia es la mejor brújula del camino. Un gobierno moderno tiene el reto de usar sus enseñanzas para atrapar el destino que dejamos escapar.
Agosto, 2012







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