El populismo petrolero ha de darle paso al progreso petrolero. La única forma de hacerlo es enterrando los mitos y orientando la mirada hacia el mundo moderno, donde la competitividad es la norma.

PDVSA dejó de ser eficiente porque ese era su destino irremediable, al ser una entidad cuyo destino estaba marcado por el buen o mal juicio de quien ocupara la silla de Miraflores.

Durante unos veinte años, PDVSA logró ser eficiente porque toda su estructura interna funcionaba respetando los procedimientos heredados de las trasnacionales que antes funcionaban en el país. Dichas empresas pasaron a ser filiales cuyas acciones las detentaba PDVSA y hasta allí llegaba la novedad. Toda la operatividad de las filiales seguía directrices netamente corporativas y entre ellas existía una sana competencia que les obligaba cada año a ser mejores.

Pero las necesidades fiscales de un Estado sobredimensionado comenzaron a cambiar el panorama. En la medida que la crisis de la deuda y el crecimiento del gasto público corriente fueron incrementándose, en esa misma medida la política empezó a colarse en los pasillos de PDVSA. Pero la estructura de filiales servía de filtro de la política, que en cierta forma quedaba reducida al nombramiento del directorio de la matriz.

En 1997, al cambiarse la estructura jurídica de PDVSA, el virus de la política se filtró por el torrente sanguíneo de las nuevas unidades de negocio, encabezadas por directores nombrados por el presidente de la República. La sana competencia entre las filiales desapareció junto con esa figura jurídica.

La muerte de lo que representó la empresa comenzó con el virus político y hoy el daño es irreversible. Tenemos que aprender del pasado e iniciar una nueva era libre de mitos.

La primera tarea de un gobierno moderno debe ser esta.

Agosto, 2012

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