En “Más allá del bien y del mal”, Friedrich Nietzsche escribe sobre los peligros de entregarle a supuestas mayorías la capacidad de definir el mundo, con independencia de los valores que estén en juego. Y en su ensayo “El crepúsculo de los ídolos” demuestra el cómo la responsabilidad individual es la médula de la libertad. Esto viene al caso cuando analizamos la trampa en la que nos metimos.

Confundimos la esencia de la democracia con libertinaje. El corazón de la libertad palpita con la capacidad que tenemos de lograr un destino cónsono con el potencial de cada persona.
John Rawls en Teoría de la Justicia demuestra el cómo las personas que tienen mayores recursos son responsables finales de los caminos que tomen las sociedades donde se desenvuelven. Y en definitiva, la democracia como sistema de vida termina siendo la estructura que adquieren los grupos sociales cuando existe un equilibrio razonable en la manifestación de las potencialidades humanas de sus integrantes.

Los más aventajados tienen el deber de respetar sus dones a través de la concepción integral de sus vidas, dentro del entorno en que llevan a cabo su existencia. Aislarse del contexto sociopolítico y darle la espalda a la responsabilidad que el mismo implica, conlleva al caos y al final a la aniquilación de la civilización.
En Venezuela las personas que tuvieron las ventajas naturales y/o adquiridas se divorciaron de la realidad social y para compensar el sentimiento de culpa que se desprende de su desprecio optaron por entregarle los destinos del entorno a una ficción democrática, que no es otra cosa que caos y libertinaje.

La libertad como responsabilidad individual implica deberes con el país, valentía de asumir problemas complejos y confrontarlos para lograr soluciones. El divorcio de esa responsabilidad, con el deber implícito que tiene, da como resultado esto que sufrimos en Venezuela.

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