Hola, soy Pepe y te quiero contar un cuento sobre mi país ficticio. En un lejano rincón del cuarto mundo existe una tierra llamada «La Celestina», donde vivo y donde existieron unos famosos «espacios», que fueron el mejor elixir de los políticos de mi nación: les permitió gozar de un buen nivel de vida, que hacía que para ellos fuera tolerable la tiranía que sufríamos los demás.
Todos los que no fuéramos políticos y/o enchufados del poder vivimos una realidad diferente. Porque lo que sufrimos aquí es un sistema muy perverso, que para ellos (los políticos, enchufados y sus espacios) nunca fue tan grave y siempre le dieron el trato de gobierno democrático, malo, pero gobierno al fin. Así, pasaron años y más años de convivencia armónica entre políticos, enchufados y tiranos, promoviendo «elecciones» periódicas, que lubricaban la mentira y consolidaron el terror, que echó raíces, pulverizó a la libertad y provocó el éxodo de millones de celestinos, que se marcharon a otros destinos menos dolorosos.
Cada cierto tiempo, en La Celestina, esta tierra mía tan sufrida de hambre, sangre y dolor, llega la temporada del circo electoral. Al final del evento es usual que se grite: «¡Fraude!», abriendo un abismo de muertos, heridos y miles de presos; pasaporte para que los políticos puedan largarse como «perseguidos», logrando asilos en países bonitos y cómodos. De esta forma, los mercaderes de la política y sus enchufados se liberan de cargas y pueden por fin disfrutar de los dólares que sacaron de «los espacios» y de las infinitas campañas electorales, que promueven como la panacea de la tragedia.
Mas, el exilio es costoso en esos países tan hermosos. Mantener una vida de lujos exige sumas considerables. Entonces les sobrevino una eureka genial: crear nuevos «espacios», pero esta vez en el exilio. Ya no serían alcaldías y gobernaciones (obvio), sino algo más cónsono con su nuevo estatus de asilados y también en sintonía con el horror celestínico: «La ayuda humanitaria». Fundaron ONGs maletínicas, genuinos entes fantasmáticos y la «Lucha por Celestina» se volvió, de la noche a la mañana, en el gran negocio, la estafa del siglo.
Como las ambiciones de estos mercaderes políticos no son modestas, se idearon una manera aún más efectiva y directa para obtener recursos: la creación de un «gobierno en el exilio», con la legitimidad, reconocida por la comunidad internacional, que les haga posible tener acceso al tesoro de La Celestina, represado en cuentas bancarias congeladas a la tiranía, así como oro, instrumentos financieros cotizables en los mercados y el control de algunas empresas energéticas, que pagan ingentes honorarios a sus familiares y amigos.
Así, vienen disfrutando años de vida loca, codeándose con los rich and famous del primer mundo en ciudades como Madrid, París, Oslo, Nueva York, Washington, Miami; Ontario y Quebec; también en otras menos chic como México DF, Bogotá, Santiago, Buenos Aires… tal y como una vez hicieron desde las alcaldías y gobernaciones de mi tierra. Hasta se dan el lujo de financiar candidatos presidenciales de aquellos horizontes, y mejor todavía si estos son capaces de frenar los apoyos dirigidos a ponerle punto final al festín.
Muy sabroso, pero ese primer «gobierno en el exilio», tras gozar de su propia sodoma y gomorra, se fue evaporando hasta volverse nada. Suspendidos en el limbo, los políticos del exilio necesitaban que el circo electoral regresara a la comarca y les permitiera reactivar el negocio exterior de «La lucha por Celestina», que cobra vida gracias a los nuevos heridos, muertos y presos de la tiranía y que usan las ONGs fantasmáticas para captar fondos de almas bondadosas y preocupadas.
Teniendo estos precedentes en la memoria, los políticos arsénicos del exilio le tendieron la trampa a una romántica y admirable luchadora, que creyó que bailar con el diablo no trae consecuencias. Las víboras, genuinos apóstoles de Lucifer, gracias a la maquinaria que pusieron a la orden de alguien honorable, pero errado, resucitaron con nuevos bríos, junto con sus oportunistas gravitacionales vitalicios: periodistas, empresarios, influencers, encuestólogos, académicos, burócratas, ex presidentes tarifados, ociosos en busca de su chamba; todos ellos los jalamecate de siempre, miembros del universo mezquino de los deseos primarios y los colmillos afilados.
Todos juntos nombraron a un títere desde sus propias entrañas, que fuera reconocido por la tiranía para ser el nuevo «presidente en el exilio», sustituto del otro que quedó en el limbo, el tipo que alguna una vez prometió un cese de la usurpación, un gobierno de transición y unas elecciones libres, hasta que comprendió que era más dulce quedarse en el paraíso, con sus ropajes de estreno, su Iwatch de última generación y un gran tesoro auto adjudicado, proveniente de la ayuda humanitaria que tenía que haber paliado el sufrir de las familias de las víctimas del horror, de los hospitales sin gasas y de los pensionados que mueren de hambre en la soledad de sus infiernos.

A partir de la legitimidad que les da un nuevo gobierno reconocido en el exilio, aspiran a que otra vez se abran las válvulas del tesoro nacional, represado en diversas arcas del planeta. Con el nuevo presidente apantuflado en el Primer Mundo, sin importar su buena o mala fe, los políticos exiliados, más peligrosos que la peor de las anacondas, comenzaron a arrastrarse con ínfulas renovadas y ambiciones frescas.
Así, ofrecen declaraciones aquí y allá, se reúnen con tirios y troyanos, e instan al mundo a legitimar al nuevo «gobierno en el exilio», que solo ofrece paz y amor para los celestinos que nos quedamos enterrados en este país, tapiados por la tiranía, cuyos esbirros, según el nuevo presidente apantuflado, son también nuestros hermanos.
Se reaperturan «los espacios» de antaño (versión exilio) y se lubrica el gran negocio de «La Lucha por Celestina». Se abre un nuevo capítulo en el libro del horror, que para los políticos en el exilio es su bendición. Por supuesto que jamás se hablará de lo que se tiene que hablar. Nunca se propondrá la solución final. Porque si hicieran eso, el negocio se terminaría y ninguno de ellos desea eso.
Los únicos que lloraremos lágrimas de cocodrilo seremos los celestinos abandonados a nuestra suerte, ahora más aislados, pobres y solos que nunca. Pero son muchos lo que aquí aplauden, una y otra vez, como ayer y como hoy; porque la ilusión de un nuevo circo electoral siempre trae consigo la promesa de un mejor mañana.
Y porque La Celestina es, al fin y al cabo, una prostituta vieja, cínica y cansada.







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