Julius Robert Oppenheimer (NY, 22 abril 1904 / NJ, 18 febrero 1967) comenzó muy joven a percibir el mundo con ojos que atravesaban lo aparente y se fijaban en el universo oculto, el fantasma invisible que mueve los hilos de la vida y de todo lo que vemos. Vivía en el lugar más privilegiado de Nueva York y tuvo acceso a la mejor educación: colegios, viajes, bibliotecas, influencias y unos padres amorosos y atentos.

A los trece años ya era un experto en geología y escribió un ensayo que fue aclamado por la Asociación de Minerología de Nueva York. Su sensibilidad e intelecto brillante le hicieron proclive a las depresiones y estas fueron continuas a lo largo de su existencia. La depresión es peligrosa, pero también puede ser la oportunidad de viajar a un mundo psíquico que hace conexiones poderosas con los grandes asuntos existenciales de la humanidad, generándose una empatía singular con la energía oculta que motoriza la imaginación y le proporciona luz a la inteligencia para que alcance la sabiduría. 

En Harvard sufre una depresión paralizante, que le obliga a suspender sus estudios. No obstante, al reincorporarse, logra culminar su pregrado en tres años, graduándose summa cum laude. Ya para entonces sus intereses están concentrados en el mundo de la física cuántica, que apenas daba sus primeros pasos en los Estados Unidos, no en Europa.

Oppenheimer decide matricularse en la Universidad de Cambridge (1925) y estudiar bajo la tutela de Joseph John Thompson, quien obtuvo el premio Nóbel de Física en 1906, por su trabajo relacionado a la conducción de electricidad a través del gas. Fue Thompson quien descubrió la existencia de los electrones. Observó que los rayos catódicos estaban constituidos por partículas que bautizó con el nombre de «corpúsculos», y estos se generaban en el interior de los átomos de dichos electrodos. La conclusión se deducía: el átomo es divisible.

Thomson concibió que el átomo estaba compuesto por estos «corpúsculos» en un océano rico en carga positiva. A este modelo del átomo se le llamó «modelo de pudín de pasas», en honor a que fue Thompson quien comentó sobre la semejanza de su modelo con este tipo de pudines. Además, fue el inventor de los rayos positivos, ideándose la forma de emplearlos para separar átomos de masas variables. Y demostró que el hidrógeno tiene un sólo electrón. A Thompson se le debe el segundo modelo atómico, siguiendo al primero que fue propuesto en 1794 por John  Dalton. El modelo de Thompson puede describirse como una esfera de carga positiva, a la cual se le incrustan los electrones. Este científico también hizo importantes aportes al estudio de las ondas guiadas y a su propagación. No es extraño entonces que Oppenheimer estuviera ansioso de conocerle y estudiar bajo su tutela.



A pesar de la gran oportunidad de conocer a Thompson, Oppenheimer es infeliz en Inglaterra. No le interesa el trabajo de laboratorio y su personalidad choca con la de su tutor Patrick Blackett. Los problemas mentales empeoran. La depresión le muerde y se manifiesta en forma de agresividad con el mundo exterior. En un arranque impulsivo, da forma a sus fantasías homicidas contra Blackett. Le inyecta veneno a una manzana, mas esta no llega a su destino. El chisme se cuela por los pasillos. Las autoridades universitarias deciden expulsarlo. Pero su acaudalado padre interviene y disuade a Cambridge, obligando a su hijo a someterse a un exhaustivo psicoanálisis que le hace viajar por el universo de Freud y las tesis del inconsciente, que en lo sucesivo tendrán influencia en su conducta y le servirán cuando le toque decidir qué camino tomar en la encrucijada moral de Los Álamos. 

En Cambridge asiste a una conferencia de Max Born, quien se impacta con la portentosa inteligencia del joven científico, instándole a matricularse en la Universidad de Göttingen, para que ahonde en sus conocimientos de física teórica y mecánica cuántica. Allí estará bajo las influencias del propio Born, Niels Bohr (estructuras atómicas) y Pam Dirac (teoría cuántica). 

En Alemania, en 1927, recibe su doctorado a los veintitrés años y publica una tesis que le eleva como la autoridad estadounidense en física cuántica.  Gracias a su colaboración con Born, desmenuza al átomo y concibe una teoría que pasó a llamarse La Aproximación de Born-Oppenheimer, que consiste en crear una separación entre los movimientos del núcleo y el de los electrones. Simplifica los cálculos, fundamentándose en que la masa del núcleo en una molécula supera a la masa del electrón. 

Por sus logros en Göttingen, Oppenheimer es invitado a la Universidad de Leiden, en los países bajos. En poco tiempo domina el idioma y dicta su conferencia en neerlandés (en la película original de Christopher Nolan, Cillian Murphy habla en alemán – aunque sí lo hace en holandés en la versión del filme doblado al teutón). 

También estudia a fondo El Capital en la lengua autóctona de Marx. Siente atracción por esas ideas, cuyo fracaso aún no era palpable en la práctica. Cuando regresa a EE. UU. en 1927, retorna a la Universidad de Harvard a investigar y enseñar, pero en 1928 es contratado por la Universidad de Berkeley y por el Instituto de Tecnología de California. 

Conoce al físico nuclear Ernest Lawrence y se sumerge en lo profundo de la mecánica cuántica. Lawrence, ganador del premio Nóbel en 1939, había creado un acelerador de partículas («Ciclotrón»), mas las noticias que llegaban de Alemania no eran optimistas. Había fuertes rumores de que los nazis fabricaban una bomba atómica. 

La primera persona que visualizó la liberación de la energía concentrada en los átomos fue HG Wells, en su novela The World Set Free / La Guerra en el Aire (1914). El autor se refiere a una granada de uranio, lanzada desde los aviones y capaz de liberar una energía poderosísima al explotar, activando una cadena de explosiones por tiempo indefinido. La obra de Wells influyó a notables científicos, entre ellos a Leó Szilárd, quien, como tantas mentes superdotadas de origen judío, también había abandonado su tierra natal huyendo de Hitler.  Este físico nuclear afirmó haber leído la obra de Wells, teniéndola en su mente cuando concibió su propia tesis sobre la reacción en cadena que podía generar una explosión atómica:  «De repente pensé que, si encontraba un elemento que se dividiera por neutrones y que emitiera dos neutrones cuando absorbiera uno, tal elemento, si se ensamblase en una masa suficientemente grande, podría sostener una reacción nuclear en cadena». 

Esto se le ocurrió a Szilárd en 1933, mientras observaba el cambio de luces de un semáforo londinense. Y con estas palabras atribuyó la génesis de su idea a H. G. Wells: «Sabiendo lo que significaría, y lo sabía porque había leído a H. G. Wells, no deseaba que esta peligrosa idea cayera en manos equivocadas». Entonces notificó a Albert Einstein de los peligrosos avances de los nazis en la investigación de las reacciones nucleares en cadena («Proyecto Uranio», liderado por el pionero de la mecánica cuántica: Werner Heisenberg – premio Nóbel de Física en 1932 -, quien construyó un reactor nuclear en su laboratorio, que ulteriormente explotó, retrasando considerablemente cualquier posibilidad real de armar una bomba atómica. Heisenberg siempre sostuvo la inmoralidad de crear una bomba semejante y el análisis de su vida parece confirmar la veracidad de su posición al respecto). 

Szilárd y Einstein escribieron una carta a Roosevelt, instándole a no quedarse de brazos cruzados. El presidente de EE. UU se toma en serio la advertencia y ordena la creación del «Proyecto Manhattan», nombre que se debe a la ciudad donde el proyecto tuvo sus inicios.

La visión sobre el potencial de la energía nuclear comenzó a materializarse en 1932, cuando los físicos Ernest Walton y John Cockcroft separaron átomos de litio en partículas alfa. Luego, en 1938, los químicos Otto Hahn y Fritz Strassmann separaron un núcleo mucho más pesado de uranio y evidenciaron que la fisión nuclear tenía la capacidad de liberar una energía mucho más poderosa que cualquier efecto químico, mientras provocaba una reacción en cadena (tal y como intuyeron tiempo atrás Lise Meitner y su sobrino Otto Frisch, además del escritor Wells y el científico Szilárd). 


El 07 de diciembre de 1941, Japón ataca la base naval de Pearl Harbor y nace en los Estados Unidos el imperativo militar de crear una bomba atómica primero que los nazis. El nombre de Robert Oppenheimer comienza a sonar en los pasillos del Pentágono. El teniente general Leslie Groves evalúa su trayectoria e inicia una sesión de consultas. El científico es polémico. Simpatiza con las ideas marxistas, promueve el sindicalismo, es amigo, pariente y amante de personas inscritas en el partido comunista y sus colegas le consideran diletante y poco organizado. Pero Groves tiene cerebro y está decidido a no dejarse influenciar por nada que no sea su propio criterio. 


Otros puntos débiles de Oppenheimer: su especialización era en física teórica (no práctica); tampoco había sido acreedor del premio Nobel y tendría que estar a la cabeza del universo científico más brillante del planeta, entre los que se contaban siete personalidades que ya habían sido galardonados con el prestigioso premio (y ocho más de los involucrados lo ganarían en años subsiguientes). 

Pero el teniente general Groves no se detuvo por eso. Venía de dirigir las obras de construcción del Pentágono y necesitaba a alguien que supiera explicar los temas científicos de manera sencilla. Oppenheimer, quizás por su amor a la literatura, sabía comunicar lo más difícil de forma breve, concisa y entendible para los legos. Además, tenía sentido del humor y sus defectos generaban empatía en el militar. 

Oppenheimer también tenía importantes méritos profesionales. Junto a su pupilo Hartland Snyder, marcó hitos en la astrofísica y la física teórica, publicando trabajos acerca del colapso estelar que inspirarían a científicos de la talla de Stephen Hawking y a Roger Penrose. Este último describió a los «agujeros negros» en 1964 y ganó el Nóbel de Física en 2020, agradeciéndole a Oppenheimer y a Snyder por haber contribuido con sus fundamentos teóricos. 

Groves optó por ignorar la polémica que generaba Oppenheimer por su ideología y su fama de disperso. Escuchó a su instinto y decidió hacerle cargo del Proyecto Manhattan. Fue la mejor decisión. Oppenheimer resultó ser un gerente capaz de conformar un equipo multidisciplinario de egos astronómicos y ponerles a trabajar de sol a sol con armonía y efectividad. Construyó una ciudad de la nada, en pleno desierto de Nuevo México y en menos de tres años se fabricó la bomba atómica gracias a su liderazgo y genialidad.  Oppenheimer demuestra ser un líder excepcional. Atrajo a las mejores mentes científicas de su tiempo y coronó con éxito la meta. 

El 16 de julio de 1945, hacen la prueba en el desierto de Los Álamos, en Nueva México (que aún hoy sufre los efectos de la radiación) y Oppenheimer le da cariz religioso, bautizándola Trinity, en alusión al soneto sagrado XIV, de John Donne: Batter my heart, three-person’d God… 

Para calmar sus tormentos, se refugia en La Bhagavad-gītā y en The Wasteland de T.S. Eliot: The Hanged Man: 

Oppenheimer clama por respuestas…

En el libro sagrado del hinduismo, Arjuna sufre dilemas similares a los que padece Oppenheimer, que logra disipar gracias a Krishna, quien le convence de atacar a sus propios parientes para así salvar a los reinos de males mayores. Krishna, encarnando al dios Vishnu, saca a la luz sus cuatro brazos y le recita a Arjuna: “Now I am become death, the destroyer of worlds”.



Pero la civilización aún no logra superar importantes dosis de idiotez y de maldad. Lejos de frenar la carrera armamentística, el Proyecto Manhattan la aceleró. Mas, el recuerdo de Hiroshima y Nagasaki sí frenó la tentación de llevar a cabo guerras nucleares de mayor escala, tal y como pensó Oppenheimer que sucedería al ver el horror infernal creado en Japón.

El espionaje llevado a cabo en Los Álamos por el físico teórico Emil J. Klaus Fuchs, hizo posible que Rusia desarrollara su propia bomba, que somete a prueba en 1949. Se abren las puertas del infierno y Edward Teller, científico del Proyecto Manhattan, comienza una campaña para armar una bomba de hidrógeno, 1000 veces más poderosa que la bomba atómica. 

Se inicia una conspiración para defenestrarlo. Su proselitismo consciente y sensato gestará emociones reptiles en gente muy poderosa, que ulteriormente le encadenará a la roca de la vileza, para ser devorado por sus enemigos.




Oppenheimer no logra su objetivo de frenar la construcción de la bomba H. En marzo de 1954, Estados Unidos probó su primera bomba de hidrógeno: «Shrimp», diseñada y construida en el Laboratorio Nacional de Los Álamos, de Nuevo México, que, aún nueve años después del fin de la II Guerra Mundial, seguía siendo el hogar de los mejores físicos nucleares del planeta.

La prueba fue denominada “Castle Bravo”, lanzada en las islas Marshall del Pacífico (“Ivy Mike”, que explotó en 1952, fue más un dispositivo de hidrógeno que una bomba y no era útil como arma). 


En la década de los cincuenta, el senador Joseph McCarthy inició una cacería de brujas contra lo que oliera a comunista. Esta cruzada fue aprovechada por el presidente del Comité Nacional de Energía Atómica: Lewis Strauss.  

Oppenheimer era asesor de seguridad nacional y miembro del Comité que presidía Strauss. La voz del científico era influyente y tenía ecos en todas las paredes del gobierno de los Estados Unidos. Para Strauss esta influencia de Oppenheimer era peligrosa, ya que él consideraba que la bomba H tenía que existir en el arsenal del país. Además, resentía que Oppenheimer no cultivara sus raíces judías y que pareciera un artista de cine, tenido como héroe nacional, pavoneándose por los pasillos de Washington con tanta altivez y seguridad en sí mismo.

Para colmo de males, Strauss sentía que Oppenheimer le había humillado en una audiencia del senado donde se discutieron asuntos comerciales y el «padre de la bomba atómica» trató sus argumentos con jocosidad.  Strauss no tenía estudios superiores, pero se enorgullecía de sus logros empresariales y políticos. Era competitivo por naturaleza y sentía incomodidad cuando alguien superior le hacía sombra. Su psicología no toleraba perder protagonismo o sentir que otro que debía ser su subalterno tuviese más éxito que él.  

Entonces tomó la decisión: destruiría a Oppenheimer en silencio y para ello aprovecharía la cacería de brujas emprendida por el senador McCarthy. Comenzó a difamar a Oppenheimer y a promover que el FBI le investigara bajo la sospecha de ser un espía de los rusos, dadas sus inclinaciones marxistas.  Así comenzó el calvario de J. Robert Oppenheimer.  






Una vida tan fascinante y con un impacto fundamental en la historia de nuestro planeta tiene que generar un interés especial. American Prometheus. The Triumph and Tragedy of J. Robert Oppenheimer» (2005), la biografía de casi mil páginas, escrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin, ganadora del Pulitzer, es el libro que inspira a Christopher Nolan a realizar su nueva obra maestra: OPPENHEIMER, estrenada el 20 y el 21 de julio de 2023. 



En el siglo XIX, Mary Shelley escribió Frankenstein o el Moderno Prometeo (1818) fundamentándose en el mito del titán, que por favorecer a la humanidad fue condenado. Kai Bird y Martin J. Sherwin asemejan a Oppenheimer con el ladrón del fuego olímpico, que fue atado a una roca para que los buitres le devoraran las entrañas, una y otra vez, por la eternidad (Eventualmente fue liberado por Hércules).

A Oppenheimer, los buitres de la envidia y la ignorancia le devoraron el alma, tras haberlo endiosado y tratado como el hombre más importante de la humanidad (Eventualmente fue reivindicado por John F. Kennedy).



Christopher Nolan estudia al personaje y produce una obra que corta el aliento. Más allá del virtuosismo técnico, musical, histriónico y literario, este cineasta capta con excelencia el dilema existencial de Oppenheimer, revelándonos la dinámica interior de un alma atormentada por encrucijadas que pocas personas han experimentado en la historia del homo sapiens.




Nolan nos muestra que el arte cinematográfico no tiene límites. Estructura la película como si la misma fuese una bomba nuclear, en sus dos formas de poder: (A) «FISIÓN» y (B) «FUSIÓN», que a la vez asimila al proceso que se está llevando a cabo en la mente y en la vida de Oppenheimer. La malla que sostiene a las estrellas y planetas se dobla, desdobla, se aplana, se curva, se une y se separa con el peso de la gravedad. En Nolan ese peso son los hechos narrados. Evidencia así que el pasado, presente y futuro son un todo que navega en el espacio uniéndose, separándose y volviéndose a unir. Así se crea la ilusión de que el tiempo consiste en compartimentos separados, cuando en realidad es una sola cosa. Solo como conjunto, y no como elementos fraccionados, se proyecta la vida de una persona, estallándola frente a nuestros ojos para que captemos la profundidad del dilema que marcó la existencia de Oppenheimer. 




(A) «FISIÓN»: una fisión atómica ocurre cuando el núcleo de un átomo se divide. Son los tiempos de las bombas de fisión de Hiroshima y Nagasaki. Vemos la vida de Oppenheimer a todo color en un lapso comprendido entre 1925 y 1954, en pleno ascenso y luego caída, tal y como él mismo la interpreta: sus años formativos, dilemas, sus relaciones interpersonales y las decisiones que definieron su destino. También el terrible proceso que se le siguió a partir de una venganza personal de Lewis Strauss, que le afectó su reputación eliminándole sus credenciales como asesor de seguridad nacional del gobierno de EEUU. 

En «FISIÓN», el paralelismo que hace Nolan con lo atómico viene dado no solo por ser los tiempos de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, sino también por la destrucción hiperbólica que se produce en la trayectoria de Oppenheimer. En «FISIÓN» se divide el núcleo de la película en dos partes, para narrar en la primera el ascenso y en la segunda la caída de Oppenheimer. Se produce la división del átomo que concentra la vida del protagonista: tras la gloria alcanzada por sus resultados en Los Álamos (primer núcleo), el científico inicia un proselitismo para detener la fabricación de la «bomba H» (segundo núcleo) y este fracasa estrepitosamente, avivando las suspicacias sobre su lealtad patriótica.



La persecución contra él se intensifica, se involucra más el FBI, se espía su vida y se siembran toda clase de intrigas en torno a ella. Hay traiciones por parte de científicos amigos, suicidio de su amante y diferencias de apreciación entre quienes participaron en el Proyecto Manhattan. También se produce el proceso bochornoso que arrebata las credenciales que le permitían tener acceso a temas que afectasen la seguridad nacional de su país. 

Igual que el titán de los griegos, castigado por Zeus, o el «moderno Prometeo» de Mary Shelley, devorado por los miedos y mezquindad del mundo, el «padre de la bomba atómica» experimenta en «FISIÓN» el éxito y luego sufre los efectos negativos de su creación. Más allá del calvario que ya padecía su espíritu por el dilema moral que tuvo que confrontar con Hiroshima y Nagasaki, ahora Oppenheimer fue sometido a una inquisición similar a la de los juicios de Salem en el siglo XVII. Procedimiento ilegal, parcializado y venenoso hasta el escándalo, que ventila sus intimidades más secretas y le arranca de tajo su reputación, sus méritos y el lustre de una trayectoria profesional meteórica y fascinante, hundiéndolo en el fango del desprecio y la ignorancia de un amplio sector del mundo. El «Macartismo» llega a su cénit en 1954 y Oppenheimer es su víctima más notable. Como dijimos, en este capítulo de la película, la vida de Oppenheimer queda dividida entre su ascenso a la gloria y su descenso a los infiernos. Así se genera la fisión de su vida.



La actuación de Cillian Murphy transmite emociones poderosas y también sutiles, con una fuerza interpretativa colosal. A partir de miradas y expresiones, Murphy ofrece una amplísima gama de narrativas psico emotivas. Convertido en Oppenheimer, logra equilibrar las contradicciones de su personaje: la consciencia de su propio genio, las fracturas de un carácter que exuda nobleza (uso de su cuantiosa fortuna personal para financiar causas humanistas y promover las artes; incapaz de abrigar rencores o anidar venganzas); mezclado con un padecimiento mental doloroso, con fugaces impulsos homicidas (la manzana en Cambridge); pero proclive a la ingenuidad, precisamente por su paradójica nobleza.



Oppenheimer es un personaje que no sólo debe ser reconocido por su genio científico y su mente enciclopédica, sino también por la extraordinaria capacidad gerencial que desplegó con el desarrollo del Proyecto Manhattan: la construcción de una ciudad en medio del desierto y la exitosa coordinación multidisciplinaria de las mentes más brillantes de su época, quince premios Nóbel entre ellas (que ya eran laureados con ese reconocimiento y/o eventualmente lo fueron). 

Hay una escena particularmente genial: Oppenheimer experimenta la génesis de su teoría atómica. Nolan nos introduce literalmente en el cerebro del científico y dispara imágenes impresionistas, riquísimas en colores fraccionados, música de Stravinski (The rite of spring), arte de Picasso y el poema The Wasteland, de T.S. Eliot, que encapsulan el gigantesco talento del cineasta. Esta sola escena hace que los espectadores sientan recuperada su inversión.



Si fue extraordinaria la escena, antes descrita, de la génesis atómica en la mente del científico, no menos genial es la que proyecta su conciencia tras la explosión de «Little Boy» (Uranio) y «Fat Man» (Plutonio): el auditorio que le aplaude su éxito sufre una metamorfosis y se transforma en Hiroshima. El horror del fuego incinera los rostros y carboniza los cuerpos de los hombres y mujeres allí presentes.



Esta escena es producto de la cabeza de un cineasta que goza de una inteligencia superior. Algunos críticos cuestionan que el director haya omitido imágenes de las ciudades japonesas. Me parece que no captan lo que hizo Nolan. Mostrándonos los efectos de la bomba en el laudatorio auditorio, nos resume el infierno que provocó el artefacto atómico, no sólo en Japón, sino también en el alma de Oppenheimer. Resume ambos holocaustos en una sola toma y así nos facilita la reflexión del terrible costo que tuvo que asumir el espíritu del físico nuclear al hacer lo que consideró correcto: “Now I am become death, the destroyer of worlds”. 



Otra escena fabulosa es cuando Oppenheimer es atacado por el verbo del abogado acusador en el proceso que lo defenestró: sus ojos brillan con flashbacks del espanto causado por las bombas, con unos efectos visuales impactantes para los espectadores.




Si la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas trasciende el celo que le tiene a Nolan – que se hizo palpable con la tibia acogida que tuvo «Interstellar», obra maestra que merecía los premios más relevantes, pero sólo ganó por efectos visuales-; Cillian Murphy se llevará el Óscar a su casa. 




(B) «FUSIÓN»: este fenómeno ocurre cuando dos núcleos atómicos se unen, formando un solo núcleo más pesado y poderoso; lo que a su vez provoca una fisión, liberando una energía aún más grande que si sólo ocurriese la división del primer núcleo. Son los tiempos de las bombas de hidrógeno («bombas H»). Artefactos a los que Oppenheimer se opuso por considerarlos demasiado peligrosos. La oposición al desarrollo de esta poderosa bomba fue una de las premisas usadas por Strauss para hacerle creer al gobierno que Oppenheimer atentaba contra los intereses de los EEUU. Nolan en esta parte de su película nos ofrece las interpelaciones en el Congreso, que conllevaron a la caída de Lewis Strauss por haber conspirado contra Oppenheimer.  

En «FUSIÓN», se estructura la historia en blanco y negro, lo que resalta la falta de luz, la penumbra espiritual de Lewis Strauss.  Como si se tratase de la misma bomba de hidrógeno, se activa una reacción en cadena con sucesos que provocan la explosión de verdades y la revelación de secretos que ponen en marcha la eventual reivindicación de Oppenheimer.

«FUSIÓN» es un átomo fílmico poderoso que ocurre en 1959. Absorbe la fisión colorida del pasado y fusiona dos núcleos: poder científico (aliados de Oppenheimer testifican a su favor) y poder político (aliados de la verdad hacen justicia), que enseguida se separan (con la división de la opinión pública), para producir una explosión que evidencia la traición de algunos científicos que abogaban por la bomba de hidrógeno y para que algunos senadores se abstengan (John F. Kennedy entre ellos) evitando el nombramiento de Strauss para la Secretaría de Comercio del gobierno de Eisenhower. 

En esta parte de la película, sale a la luz el plan maquiavélico que diseñó y puso en práctica Lewis Strauss en las sombras para destruir a Oppenheimer: filtraciones al FBI, grabaciones ilegales de sus conversaciones íntimas, intrigas azuzando las relaciones personales del científico con miembros presentes o pretéritos del partido comunista: su hermano Frank (Dylan Arnold), su esposa Kitty (Emily Blunt) y su amante suicida Jean Tatlock (Florence Pugh). 

En «FUSIÓN», la bomba histórica estalla, provocando reacciones en cadena que unen fidelidades en torno a Oppenheimer y dividen el apoyo a Strauss. La imagen de Oppenheimer comienza a reivindicarse, mientras que la de Strauss se disuelve. El maquiavelismo rastrero de Strauss, que le dio poder en 1954, ahora en 1959 se transforma en su propio karma, porque le explota en la cara, volviendo añicos sus ambiciones políticas, siendo la octava persona en la historia en no ser confirmada por el senado para un puesto en el gabinete presidencial de EE. UU. y la primera desde 1925.  



Como mencionamos antes, «FUSIÓN» funciona como una bomba de hidrógeno en la que se unen las lealtades a favor de Oppenheimer a partir de dos núcleos de poder: el científico y el político, formando un nuevo núcleo aún más poderoso, que seguidamente experimenta una fisión al dividirse y regresar al pasado colorido, activando el movimiento circular de la cadena del tiempo, uniendo otra vez sus eslabones, antes dispersos a color y en blanco y negro, para dar como resultado un todo aún más fuerte, como la bomba H: la vida de J. Robert Oppenheimer.

En «FUSIÓN», Nolan se extiende considerablemente, lo que permite que Robert Downey Jr. se luzca en una interpretación merecedora del premio de la Academia.



El intérprete de Chaplin (Richard Attenborough,1992), se transforma en el Salieri de Amadeus (Milos Forman, 1984) e impacta con su capacidad de enseñarnos las emociones más difíciles, que gravitan en una mente nutrida de arrogancia, complejos de inferioridad, envidia, odio, ambición política y la necesidad compulsiva de reconocimiento: una personalidad contradictoria, donde la venganza y la frustración signan al personaje. El despliegue de talento que hace Downey Jr. (Lewis Strauss) brilla en las alturas, recordándonos que se trata de uno de los mejores actores de la historia de Hollywood. 

Desde su conmovedora actuación en «Less than Zero» (Marek Kanievska, 1987), jamás he visto a un actor interpretando de forma tan perfecta la tragedia de la adicción a las drogas. Y con Chaplin entendí que Downey Jr. es un mago de las emociones evolutivas, las que empiezan en la temprana juventud y progresan hasta el ocaso de la vida. En Oppenheimer, Nolan supo sacarle el máximo brillo a esta estrella.




Para resumir el virtuosismo de Downey Jr. («Strauss») en este filme, basta ver el gesto microscópico y fugaz que el actor hace con la boca al enterarse de que no será confirmado como miembro del gabinete de Eisenhower. Su máscara de hipócrita serenidad, la casi imperceptible mueca bucal se la arranca de la cara, revelándonos a un tartufo chiquito, mezquino y perdido en su propio laberinto.



Al ofrecer imágenes en colores que se mezclan con otras en blanco y negro, la película luce como un documental periodístico, con deudas innegables a Orson Welles (Citizen Kane) y a Oliver Stone (JFK y Nixon).








Oppenheimer es impecable en casi todo:

El guion escrito por Christopher Nolan, basado en la biografía escrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin, aunque bastante completo y bien hilado, omite épocas esenciales para comprender la psicología de Oppenheimer: el cruel bullying sufrido en sus años escolares; la invitación a exponer ante el Club Mineralógico de Nueva York sus observaciones hechas en Central Park, pensando que el niño que las publicó era un adulto; las depresiones recurrentes; la tuberculosis que padecía y los dolores crónicos, inclusive cuando trabajaba en Los Álamos. 



Se han debido incluir sus años en Harvard, vitales para comprender su amor por la literatura y las artes. Nolan también omitió que, en su convicción de que la ciencia y la literatura iban de la mano, Oppenheimer acogió en el Instituto de Estudios Avanzados en Princeton a los mejores escritores y poetas de la época, para impartir cursos; entre ellos al mismísimo T. S. Eliot, invitado por el director anterior del Instituto, pero recibido por Oppenheimer. Eliot fue galardonado con el Nobel de Literatura estando en Princeton.  



Para entender en su justa magnitud la grandeza genial de Oppenheimer, el guion ha debido contener el hecho de que el científico fue la primera persona en darse cuenta de que los postulados sobre la gravedad, realizados por Einstein, predecían los agujeros negros. En la película este logro es mostrado de una forma tan fugaz que no permite captar la trascendencia de ese aporte para la comprensión del Universo. La teoría de los agujeros negros fue desarrollada en 1915 por Karl Schwarzschild, pero fue Oppenheimer quien descifró dicha teoría y merecía el premio Nóbel por sus aportes, especialmente cuando publicó en 1939 su explicación sobre cómo el colapso de una estrella produce estos agujeros. Toda la explicación matemática sobre el tema, que luego fue crucial para que Penrose obtuviera el Nóbel en 2020, se le debe a Oppenheimer.  



También fue un lector voraz y su genio trascendía a las ciencias. Su cultura era enciclopédica, leía de todo. Aunque Nolan asoma esta faceta cuando los espectadores nos enteramos de que Oppenheimer leyó a Marx en alemán; y en la escena erótica entre Oppenheimer y Jean Tatlock (Florence Pugh), cuando la amante revisa la biblioteca del científico y menciona un libro de Freud antes de coger el texto sagrado Mahabharata, para que Oppenheimer lea en sánscrito los versos de La Bhagavad-gītā mientras tienen sexo (algo que lógicamente irritó a quienes veneran este libro sagrado del hinduismo. Nolan ha debido escoger otro truco para evidenciar que Tatlock era sapiosexual). En todo caso, pienso que esa escena erótica, sumada a la lectura de Marx en alemán, no fue suficiente para ilustrar a los espectadores sobre el arsenal literario contenido en el cerebro de Oppenheimer. Era importante desarrollar el tema de esta versatilidad literaria con más detalle, para comprender mejor al personaje y hacer justicia al calibre de su intelecto.  



Oppenheimer también fue un gran anfitrión y portador de un sentido del humor muy picante y jugoso, al punto de interpretar roles cómicos en el teatro que montaron en Los Álamos para entretener a sus residentes en los ratos de ocio. Esto no se vio en la película. 



Así mismo, el guion ha debido hacer hincapié en el hecho de que Oppenheimer provenía de una familia muy acaudalada, propietaria de una colección de arte invaluable y que usó buena parte de esa fortuna para contribuir con el avance de la humanidad en casi cualquier ámbito que se considere. Aunque al mencionar sus aportes financieros a la Guerra Civil Española, Nolan nos muestra la faceta filantrópica del científico, pienso que hubiera podido agregar su mecenazgo a las artes y otros detalles de su vida para hacer más elocuente su preocupación por el progreso del mundo. 



Otra omisión resaltable del guion es que en el filme se aminora la trascendencia e impacto que tuvo el caso de la manzana en la vida de Oppenheimer. En la película lo tratan como un asunto sin importancia, casi como un detalle cómico. A Oppenheimer le iban a levantar cargos criminales y fue expulsado de Cambridge, aunque revisaron la decisión a instancias de su acaudalado padre, con la condición de que se sometiera a un intenso psicoanálisis, que le introdujo en el universo de Freud y que muchos años después le serviría para lidiar con sus conflictos morales.



Nolan tampoco incluye en su guion que Oppenheimer llegó a ser tan prepotente en Cambridge, que sus compañeros firmaron una carta exigiendo que le prohibieran hablar durante las clases. Y que, ya de regreso en los Estados Unidos, contempló la posibilidad de apoyar el plan para envenenar a los alimentos destinados a Alemania; plan que nunca se ejecutó.

Para comprender la evolución del carácter de Oppenheimer, estos detalles mencionados los considero vitales.

Esas omisiones del guion se han podido incorporar en el filme, reduciendo un tanto la época del macartismo y la interpelación a Strauss, que, a mi juicio, se prolongan más de la cuenta. 

Estos comentarios no deben empañar la calidad del guion, que es magnífica. Reconozco que a veces uno se pone un poco necio con estas cosas y resalta puntos que son más del gusto subjetivo de cada quien, no afectando para nada la grandeza de una obra de arte, y Oppenheimer es una obra de arte espectacular. Nolan logra con su screenplay capturar la esencia de la vida y obra de Oppenheimer. Los diálogos son muy buenos y se sienten naturales en todo momento.

Merece especial reconocimiento el guion en las escenas a la víspera de la explosión nuclear: funciona a la perfección. El diálogo entre Oppenheimer (Gillian Murphy) y Groves (Matt Damon), justo antes de activar la explosión, es ¡extraordinario! En este intercambio de palabras, la escogencia de Matt Damon para representar a Groves se siente imprescindible. No se me ocurre a nadie mejor que él para la altura que se logró con este diálogo. La tensión que se crea está muy bien lograda, mezclando el terror con la justa dosis de comicidad (al mejor estilo de David Lynch): 





 La música está compuesta por Ludwig Göransson (Tenet…) y los efectos de sonido están producidos por Richard King (Tenet, Dunkerque, Interstellar, The Dark Knight Rises, Inception, The Dark Knight, The Prestige…) y Randy Torres (Tenet, Dunkerque, Interstellar).

Me detendré para hacer algunos comentarios, que incluyen mis propias especulaciones: el trabajo de Göransson es fenomenal en su belleza y capacidad de captar a la perfección el hecho o la persona con la que se asocian las notas musicales. Por su parte, King y Torres crean unos sonidos espectaculares.

El filme se siente como una película del mejor suspenso: las escenas previas a la explosión de Trinity son increíbles. Y el estallido de la bomba atómica es inolvidable. Aplausos de pie a los operadores de sonido de esta escena: Douglas Shamburger y Adam Mohundro. Aquí Nolan llegó al cenit de su virtuosismo. La escena trae a la memoria la impactante explosión atómica que produjo David Lynch en la secuela de Twin Peaks (2017). Es emocionante ver como ambos talentos son capaces de lograr estos niveles de excelencia. 




Algunos críticos sostienen que Nolan abusa de la música (y del sonido en general) en casi todas sus películas y muchas veces la filtra de manera inoportuna, entorpeciendo el entendimiento de los diálogos y Oppenheimer no es la excepción. No opino igual. 

Creo que Nolan está consciente de que el lenguaje del Universo es la música y por tanto esta debe acompañar los momentos que marcan el latido de la dimensión espacio temporal que el cineasta nos ofrece. Tratándose de una película tan centrada en la mecánica cuántica y en la astrofísica, en Oppenheimer esta especulación calza como anillo al dedo.



Además, tal y como afirmó Nolan en una reciente entrevista a la revista Insider, su razón principal es que se niega a regrabar la voz de los actores en la etapa de post producción de la película (proceso denominado «Additional dialogue recordings«: «ADR«). El director prefiere conservar el diálogo original (espontáneo) para que suene más natural. Quizás en el futuro, la evolución de la tecnología permita mejorar este asunto. En cualquier caso, es tan poderosa la música de Göransson que bien vale la pena su discutible indiscreción. Y los efectos de sonido de King y Torres son geniales. 


Jennifer Lame (Tenet) hace un trabajo complejo y quizás lo único en la película, aparte de las omisiones del guion, que muestra fisuras. El constante ir y venir de las dimensiones espacio temporales, alternándose las épocas y los sucesos, no siempre es feliz.

En ocasiones se hace difícil comprender la época en que se desarrolla la trama, así como las filiaciones y emociones existentes entre los personajes (los intercambios entre las escenas a color (FISIÓN) con las escenas en blanco y negro (FUSIÓN) no bastan. Cuando al inicio de la película inserta la memoria de Strauss (en blanco y negro) dentro de la sección de «Fisión» (en color), el espectador tiene razones para confundirse. 

Quizás hubiera sido mejor detallar las razones de Strauss para detestar a Oppenheimer (no sólo fue por la humillación pública que sufrió por los comentarios del científico, ni por su oposición a la bomba H y su vinculación comunista, también tuvo que ver con la envidia y la religión) y cuidar los saltos temporales con alguna pista expresa superior al juego de colores, que sirviera de brújula al espectador. 

En este sentido, Joe Hutshing y Pietro Scalia hicieron un trabajo más preciso en el filme JFK de Oliver Stone (y el montaje de Robert Wise, con la edición de Welles, fue perfecto en Citizen Kane).





Un rasgo notable del filme es que sus escenas son cortas. Esto hace que las tres horas de duración pasen inadvertidas. La película vuela. En lo personal, esto permitió que la disfrutara dos veces seguidas; y una tercera algunos meses después. El diseño del vestuario, las locaciones, la decoración, el maquillaje… ¡impecables!

Aplausos de pie para Hoyte van Hoytema (Tenet, Dunkerque, Interstellar) … su cinematografía: ¡perfecta!



Se trata de uno de los mejores finales que he visto en mi experiencia cinéfila. Aquí les dejo algunas imágenes, pero prefiero no adelantarles más nada, para que lo disfruten virgen cuando vean la película.











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4 respuestas a “Oppenheimer”

  1. Gracias por tus aportes al conocimiento. Entretenido y valioso artículo de colección.

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    1. Muchas gracias querida Irene!

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  2. Avatar de Oswaldo Tortoledo M.
    Oswaldo Tortoledo M.

    Excelente artículo, el material ilustrativo de apoyo, impresionante. Una síntesis valiosísima. Muchas gracias!

    Arq. Oswaldo Tortoledo M. Desarrollos Inmobiliarios TEN, C.A. Oficina: +58 (212) 975-0393 / 975-3739 Celular: +58 (414) 320-2344 Cámara Inmobiliaria de Venezuela Nº 117 Email: tortoled@gmail.com Web: http://www.grupo-tenca.com Instagram: @tencainmuebles

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    1. Muchas gracias Oswaldo!

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