David Foster Wallace (1962 – 2008) jugaba con la palabra como niño con plastilina. Desnudó los estilos encopetados y demostró que lo escrito hasta hoy es apenas un contexto, faltando por escribir un universo infinito. Con Wallace se evidencia que las chispas de genialidad se logran cuando el escritor se arriesga en lo desconocido y sin complejos propone nuevas formas para la arquitectura de las palabras.

Nadie como Wallace mezcla los problemas más complejos de lo humano con situaciones hilarantes. (Su estilo – aunque muy original – me recuerda a Herman Melville). El lenguaje nunca es el objeto de su creación y allí reside la génesis de su magia. Una vez afirmada su personalidad, comienza el juego con las letras. Haciendo de sus historias relámpagos geniales, comprueba que la literatura es un arte como la pintura; las reglas las impone el autor y más nadie.
Hay “críticos” que al opinar sobre la creación de los demás (siendo ellos, claro está, incapaces de crear nada) lo hacen convertidos en cartón, comparando lo que leen con una maqueta modelo (Generalmente usan “Ulysses” de Joyce – sin haberlo leído por supuesto; son penosamente clichés). Sus actitudes equivalen a decir que Jackson Polock no hace artes plásticas porque sus obras no se parecen a las de Da Vinci.

Seguro Wallace se reía de estos críticos, para los que hacer “Literatura” es escribir una pieza que parece narrada por un hombrecillo de bigote delgado, manicure impecable, corbatín y zapatos de patente.
David Foster Wallace fue quizás el primer escritor contemporáneo que llegó para decirle a estos sujetos: “váyanse al infierno, vean, necios, lo que es escribir”…y se puso a crear, y lo hizo con tal nivel de brillantez que inventó una nueva forma de entender la Literatura…y esa forma se llama: “Haz lo que te plazca…tú eres el amo y señor de esa página en blanco…atrévete…escribe…”







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