El golpe recibido por Chris Rock frente a millones de personas, en la gala más importante del cine mundial contiene en su anatomía todo lo que está mal de este mundo y simboliza su desolador nivel de decadencia y mediocridad.
Es una cachetada (bastante femenina por cierto) que lleva consigo la agenda «progre», pero a la vez contribuye a fortalecer los prejuicios existentes respecto a lo que de manera muy cursi se ha denominado «el afroamericano» (como si todos los seres humanos no tuviésemos nuestros orígenes en África). Así no se honra a una mujer. A una esposa se le protege, no se le ridiculiza defendiéndola de fantasmas que sólo están en la cabeza del descontrolado marido.
Lo que rompe ese pernicioso estereotipo de «los negros son violentos y salvajes», salvando la noche y, en cierta forma, a la civilización, es la conducta del anfitrión, quien reaccionó con el cerebro y dio muestras de su nobleza.

Chris es un comediante al que le he seguido la pista desde hace años. Es un artista en todo el nivel de la palabra: profesional, talentoso y profundamente humano. Esas cualidades las desplegó ese día.
No sólo recibió con entereza el golpe y los insultos de guapetón de barrio de un hombre que perdió los papeles, sino que cuando la policía le preguntó si deseaba que esposaran al agresor y se lo llevaran del recinto, su respuesta fue negativa, permitiéndole a Smith recibir su premio y luego irse a celebrar como si nada hubiera pasado.

Los «progre» no se hicieron esperar. Hasta artículos elogiando al «coñazo» de Smith fueron escritos por los moralistas habituales, esos que juzgan a todos, pero nunca ven los esqueletos que tienen en sus propios armarios.
Como siempre, distorsionan los hechos para que se ajusten a sus agendas ridículas, al mundo que desean moldear a partir de la destrucción de todos los valores de la civilización: promueven el aborto, aplauden que a los niños de tres años les pregunten si desean ser hembra o varón; hacen «hurras» a los hombres disfrazados de hembras, que compiten contra mujeres de verdad para robarles sus premios; profanan iglesias y se burlan de todo, pero basta que les rocen un pelo para que inunden al planeta con sus lágrimas de cocodrilo y lo incendien con el fuego de sus indignaciones.
Chris Rock jamás se refirió a la alopecia y dudo que siquiera supiera que la esposa de Smith la padece. Su broma no fue «bullying», porque para que este exista es necesaria la intención de dañar y humillar a la víctima.
Rock bromeaba deportivamente, porque ese es su trabajo y para eso le contrataron. El contexto de esa gala es un contexto de bromas, donde todos se ríen de sí mismos y se toman los comentarios con alegría, sin pensar que se trata de algo personal. Rock es un comediante, no un filósofo o un sacerdote.

La comparación que hizo Rock además fue afortunada. No comparó a la señora Smith con un hipopótamo ni con una ballena.
Su asociación de ideas nos hizo pensar en una de las actrices más sexys que ha tenido Hollywood en su últimas cuatro décadas: nada más y nada menos que Demi Moore, actriz de Striptease y de Disclousure, películas que hicieron que media humanidad se enamorara de ella y la deseara eróticamente.
Además, fue un chiste en el contexto de los actores, que suelen cambiar de apariencia física para ejecutar sus respectivos papeles actoriles. Interpretar la broma de Rock como un insulto es propio de acomplejados, que todo lo asocian con sus universos psíquicos, como si el mundo girara en torno a ellos y a sus problemas personales.






Will Smith, quien primero se rió a carcajadas del comentario de Rock, reaccionó tardíamente, con premeditación y alevosía, como un malandrito escolar, esos que solían retar a objetivos más pequeños y débiles, dándoselas de «arrechitos», con el famoso: «quítame la pajita» en los recreos del colegio.
Smith transformó a Chris Rock es un espejo de sus frustraciones conyugales y aprovechó el momento para mostrarle a su esposa, quien no hace mucho confesó públicamente los cuernos que le montó, lo macho que es, lo «arrecho» que es. Todo un Cassius Clay de comiquita.

Fue una escena patética, triste y ridícula, que sentó un peligrosísimo precedente y un pésimo ejemplo para los jóvenes y para los fans de Smith, que ahora piensan que con violencia se resuelven los problemas (tal y como lo tuiteó el mismo hijo del agresor: «Así lo hacemos nosotros») y que es correcto levantarse en un teatro, montarse en el escenario, golpear al actor que uno considere insultante, gritarle vulgaridades con la agresividad de un matón de los bajos fondos y luego ser ovacionado por el público presente, mientras recibe un premio de la institución que tenía que haberlo expulsado del recinto y prohibido la entrada de forma vitalicia.
Lo sucedido en la noche de los Óscars es reflejo más elocuente de la enfermedad del mundo: lo que está bien se rechaza, y lo malo se celebra y aplaude.
Afortunadamente, Chris Rock salvó la noche: su civilidad, don de gentes y compostura demostraron que la elegancia en las formas es un valor y los caballeros todavía existen.








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