En “La cultura popular en la Edad Media y el renacimiento. El contexto de François Rabelais”, Mijaíl Bajtín reflexionó sobre lo que él llamó “la cultura popular de la risa”. Al ser “patrimonio del pueblo», las prácticas de libertad forman parte de una cultura popular milenaria. Estas transmutaron en prácticas discursivas, como Gargantúa y Pantagruel de F. Rabelais, objeto de estudio de Bajtín.

Así, las manifestaciones discursivas carnavalescas de la cultura popular pasaron a formar parte de la literatura, pulverizando, según Bajtín, las fronteras entre literaturas oficiales y no oficiales, fronteras que delimitaban los sectores claves de la ideología, como las instituciones educativas.

Lo carnavalesco es aquello que se aparta de la tradición y el desarrollo cultural dominante en una sociedad, para burlarse de las instituciones, estructuras y acciones que esta cultura propone.  

Lo carnavalesco rompe con estratos, jerarquías sociales, edades, relaciones familiares, buscando elementos comunes de origen cultural. La excentricidad permite romper los parámetros del comportamiento «normal».

Exagerar y mostrar comportamientos extraños o inusuales frente a los paradigmas culturales, une a las personas y genera esa idea de carnaval. Una vez que se rompen los paradigmas culturales de lo «bueno» y lo «malo», se acaban este tipo de juicios parciales, y son los miembros del carnaval quienes deben juzgar por sí mismos lo que es bueno y malo.

En toda cultura existe algo que se considera sagrado, la carnavalización juega con los elementos sagrados de la sociedad, (como la religión católica, por ejemplo) y los profana, quitándoles ese estado de santidad y ese status especial para la comunidad.

Afirma Bajtín:

 Así se titula la obra del escritor checo – francés, Milán Kundera, que pasamos a analizar bajo la luz de estas nociones de lo “carnavalesco”, teniendo como fundamento la teoría de Bajtín.

A partir de la portada de su libro, dibujada por él mismo, Kundera ya nos sugiere una acción de rebeldía. Transmite un símbolo poderoso. Aparece un rostro asexuado, con aires cubistas, una imagen de alguien que se desdibuja voluntariamente, se arranca un ojo y parece divertirse con éste, dejándolo flotar, como una pluma. Es una figura deshaciéndose, evaporándose, que quizás entendió que todos al final somos insignificantes.

La historia es breve, pero condensa un universo propio. Las reflexiones sobre los problemas más graves de la existencia se van desmenuzando a partir del núcleo de su esencia, que no es otra que el absurdo de la vida, la sensación perenne de que las expectativas individuales y lo que ofrece la sociedad, con su reino humano tan complejo y abundante en contradicciones, son piezas que no calzan.

La narración es ya una fiesta, donde Kundera el escritor se cuela entre los personajes, y muchas veces nos habla directamente a nosotros, sus lectores.  Se divierte con el lenguaje. Su técnica narrativa da giros continuamente. A veces la novela parece un diario, otras simplemente una reflexión del autor, y siempre una travesura, un juego donde es obvio que todo al final no es más que una broma.

El libro comienza con un personaje llamado Alain, entreteniéndose con los ombligos de las chicas que pasean por una calle de París. 

Continúa con una descripción de las diversas partes anatómicas de las mujeres y cómo las mismas son las diversas vías que conducen a la plenitud del deseo erótico.  “Tendrá el ángel un ombligo? (…) Para mí Eva es un ángel, la primera mujer. No nació de vientre alguno, y sí de un capricho del creador.

De ella, de su vulva, de la vulva de una mujer sin ombligo, es de donde procede el primer cordón umbilical. Si creyera en la Biblia, de ella también salieron otros cordones, un hombrecito, una mujercita atada a cada uno de ellos” (…) y todos arraigados en la vulva de una única mujer, de la primera mujer, de la pobre Eva sin ombligo».

La transgresión de Kundera se hace visible a partir de la segunda página, cuando el escritor profana un símbolo sagrado, humanizándolo, asociando la imagen de la Virgen María amamantando a Jesús con “el sexo masculino arrodillado ante la noble misión del sexo femenino”. 


A partir de este guiño tremendista, la novela nos introduce en su fiesta carnavalesca. Progresivamente se subvierte el orden de todas las nociones convencionales sobre religión, la enfermedad, los mecanismos de seducción, identidades nacionales, la intelectualidad, la bondad (¿Y sabes cuál es el origen de tu idiotez? ¡Tu bondad! ¡Tu ridícula bondad!”) y los artificios sociales: estereotipos y prejuicios; la fama; los íconos políticos, artísticos y eróticos; la culpa; la vida y la muerte.

El carnaval que nos ofrece Kundera se erige sobre un contexto oportuno: El jardín de Luxemburgo, donde se levantan estatuas a los ídolos: reinas, poetas, pintores y sabios; mientras un adolescente bronceado, “desnudo debajo de su pantalón corto”, vende a los transeúntes las máscaras que reproducen caras de Balzac, Berlioz, Hugo o Dumas. 

Comienza así la fiesta de la insignificancia, en el jardín donde los ídolos son de mármol y se reproducen con máscaras divertidas. Lo burlesco invade los rostros de las leyendas consagradas.

Conocemos entonces a Ramón, el hombre que tiene meses deseando ver una exposición de Chagall, pero nunca satisface su deseo. La fila para entrar al museo lo disuade. ¿Crees realmente que, de repente, se han puesto todos a admirar a Chagall? Están dispuestos a ir a cualquier parte, a hacer lo que sea, tan sólo para matar el tiempo con el que no saben qué hacer. No conocen nada, de modo que se dejan llevar. Son magníficamente llevables. 

Ramón se topa con un antiguo colega, D’Ardelo. que viene feliz. Acaba de recibir de su médico la buena noticia que disipó una prolongada angustia de padecer cáncer.  El encuentro de estos dos colegas aviva uno de los rasgos humanos fundamentales que expone Kundera, con la irónica crudeza que es su sello de marca: la artificialidad de las relaciones sociales, esas mentiras que se disfrazan de sonrisas y palabras amables.

D’Ardelo desprecia a Ramón. Le considera un ser nulo, inferior e irrelevante. Esos sentimientos logran producir una simpatía tan falsa como el cuento del que se vale para lograr empatía. D’Ardelo le dice a Ramón que sí está enfermo de cáncer y que desea realizar una fiesta de cumpleaños, que también servirá para celebrar la muerte. 

Seguidamente, Ramón visita a su amigo Charles – un experto en cócteles –  y le insta para que sea él quien atienda la fiesta de D’Ardelo.  Kundera introduce un nuevo elemento a ridiculizar, inyecta su dosis carnavalesca. Charles habla de «Calibán”, su amigo actor, desempleado, al que él ayuda contratándolo como mesonero. Siendo esos eventos sociales tan aburridos, Charles y “Calibán” se idearon un juego que disipa el tedio. Perpetran un engaño inocente, burlándose silenciosamente de los estirados anfitriones y sus invitados. La parodia aquí se despliega sobre los estereotipos sociales, y lo invisible que pueden ser los humanos cuando no son del interés de quienes se creen superiores.

El escenario de la fiesta de D’Ardelo es la ocasión perfecta para que Kundera ataque – parodiándola – a la xenofobia, y el sentimiento de soledad y extrañeza que embarga a quienes se ven obligados a vivir en tierras ajenas. “Calibán” simula ser pakistaní, inventándose unos sonidos raros. Esta “lengua” inventada, tiene como efecto colateral el hecho de animar la comunicación con una sirvienta portuguesa. Al oír el “pakistaní” de “Calibán”, se siente confiada para hablar en su idioma autóctono, porque la comunicación en dos lenguas incomprensibles para los dos los acercó el uno al otro.

En algún momento, Ramón le dice a “Calibán”:

Luego Ramón observa que “Calibán” está nervioso, porque le asusta que algún invitado le escuche hablando francés, y le dice:

Kundera se ríe (Y en sus reflexiones nos recuerda a Erasmo y su «Elogio a la Estultucia» Ver: https://ideasjcsa.com/2019/06/07/la-paradojica-estulticia-de-erasmo-rescate-del-abismo/ ) y aprovecha este contexto social para desnudar la frivolidad de las apariencias y reflexionar sobre la naturaleza de la seducción.  El autor nos habla del valor de la insignificancia, de la inutilidad de pasar por brillante, queriendo deslumbrar a la mujer con un verbo salpicado de ingenio.

Le explica Ramón a Charles:

Y Ramón pasa a aclarar la diferencia entre un Narciso y un Orgulloso, ambos tan esforzados por seducir que terminan siendo un chiste:

Concluye refiriéndose al “cáncer” de D’Ardelo:

Obsérvese la aliteración que hace Kundera para ponerle énfasis a la palabra “auténtica”, generando así una ironía que es triste.  Ramón se mostró por vez primera sincero, pero a partir de la falsedad, de una burla que ignoraba le estaba haciendo su interlocutor, la mentira de una enfermedad inexistente.

Este carnaval que es La fiesta de la insignificancia hace cumbre con dos elementos que Kundera domina como un malabarista del Cirque du Soleil: el derrumbe icónico de los personajes históricos y la muerte.

Sabemos que el escritor tuvo que exilarse de su tierra – la otrora Checoslovaquia – porque estaba asfixiado por el comunismo. Toda su obra literaria es una metáfora contestataria, la denuncia desgarrada y dolorosa a los sistemas totalitarios y sus terribles efectos en los hombres.  Y nada mejor que la parodia para expresar su frustración, el humor para soportar la desgracia.

La fiesta de la insignificancia no es una excepción. Al contrario, constituye una síntesis emblemática de la extensa carrera de Kundera como virtuoso de las letras. 

En esta obra, lo carnavalesco se eleva hasta el infinito, transformando lo serio en burla, en un teatro de risas que convierte a los ídolos en caricaturas; y a la muerte, en una parodia de sí misma. Sólo desde lo alto del infinito buen humor puedes observar debajo de ti la eterna estupidez de los hombres, y reírte de ella.

Para hacerlo, Kundera pone a Charles a imaginarse un teatro donde Stalin y Jrushchov – esos dos íconos del poder supremo y la maldad-  son simples marionetas, muñecos de un escenario teatral a los que se le pueden inventar todo tipo de historias. Charles le dice a Ramón:

¿Y de qué se trata la historia de Stalin y Jrushchov a la que Charles hace referencia? De una anécdota: Stalin con el oído pegado a la puerta de un baño, escuchando cómo sus principales operadores, entre ellos Jrushchov, despotricaban y se burlaban de él mientras meaban en unos urinarios de cerámica en forma de concha, muy emperifollados y adornados con motivos florales

“¿Y dónde meaba Stalin?”, pregunta Ramón a su amigo; y éste le contesta: “En un reservado solitario, al otro lado del edificio; y como meaba solo, nunca con sus colaboradores, éstos se sentían divinamente libres en sus urinarios y se atrevían a decir por fin en voz alta todo aquello que se veían obligados a callar en presencia del jefe”.  

Kundera no baja la guardia a la hora de parodiar. Cuando desea ilustrar lo ridículo que es tomarse tan en serio eso de ser importante, trascendente, un personaje histórico, el escritor lleva sus ideas al paroxismo.  No solo se burla de Stalin, desea también mostrar su intrascendencia. El paso de los años va borrando la memoria y la figura del hombre, en su pedestal de gloria, se desvanece cual castillo de arena engullido por las aguas.

Stalin se difumina con el tiempo, su recuerdo se aleja, llegando a transformarse en un simple cazador de perdices ante los ojos de una veinteañera. “Calibán” se lamenta con Alain:

A lo que Alain contesta: Es que ella tiene tan solo veinte años.   Y para rematar su parodia del ícono soviético, Kundera nos cuenta una anécdota adicional, donde aprovecha también para carnavalizar la imagen de otro “dios”: Inmanuel Kant. 

Sabemos que la palabra “estética” es una derivación del término griego “aisthesis”, que significa “sensibilidad”. Para Aristóteles lo bello y lo bueno combinados materializaban en el plano real la idea de la perfección. Pero entonces vino Kant y separó ambos conceptos.

En su Crítica del juicio”, Kant separa la estética de la valoración moral, afirma que lo bello y lo moral son dos categorías diferentes; y en su “Crítica de la razón pura” ya había establecido que el espacio y el tiempo son los elementos que determinan el plano de lo sensible. 

Intuyo que estas afirmaciones de Kant de alguna forma irritan a Kundera. Si lo bello puede ser algo separado de la moral, entonces nadie mejor que Stalin para ridiculizar dicha noción.

Nuestro anfitrión en esta fiesta de lo insignificante, aprovecha las anécdotas sobre el líder soviético para colocar a Kant en el centro mismo de su carnaval.  Se refiere a la historia del cambio de nombre de la capital de Prusia – Königsberg– a Kaliningrado. Stalin decide rebautizar a la célebre ciudad donde nació Kant, para homenajear a Kalinin, un hombre que se “meaba” en los pantalones, porque su próstata no tenía la fortaleza necesaria para resistir los impulsos de la naturaleza. Y al que Stalin le gustaba someter al suplicio de su verborrea, hasta que el pobre infeliz cambiaba de tez cuando, tras lo que sería un genuino suplicio, terminaba aliviándose allí mismo, sentado frente a él.

Kundera intensifica la parodia, y logra ridiculizar a Stalin a partir de un elegantísimo ejercicio de la más fina ironía carnavalesca. Veamos: 

Hemos transcrito un pasaje prolongado de la novela porque consideramos que allí se evidencia elocuentemente la insignificancia de las motivaciones humanas, el recóndito secreto que marca la historia y la disfraza de solemnidad, estatuas y protocolos rimbombantes.

Stalin, un sádico que por pura diversión somete a Kalinin a la tortura de aguantarse las ganas de mear, hasta que su vejiga explota. Y entonces, el monstruo se conmueve y bautiza a la capital de Prusia con el nombre del infeliz. 

La anécdota es hilarante, ridícula, una sorna deliciosa que derrumba la figura de un mito, restándole cualquier importancia a hechos como la adjudicación de los nombres a las grandes ciudades. 

Kundera ha subido el volumen de su música, y las cariocas bailan con desparpajo, al ritmo de un carnaval literario que todavía no ha culminado, porque falta su momento estelar: la parodia de la muerte.   

Alain fue abandonado por su madre. Piensa en los ombligos, se obsesiona con ese hoyito encima del vientre y recuerda que su progenitora alguna vez se quedó mirándolo fijamente en esa parte de su cuerpo.

Y entonces, imagina, sueña, tiene la imagen de una mujer que se lanza a un río buscando suicidarse, pero en el acto es socorrida por un muchacho que termina siendo voluntariamente ahogado por la suicida, que le mató.

Se vio obligada a luchar “para salvar su muerte”. El que quiso imponerle la vida ha muerto ahogado. Y aquel a quien ella había querido matar en su vientre sigue vivo. La idea del suicidio ha quedado anulada para siempre. Sin repeticiones. El joven ha muerto, el feto vive, y ella hará cualquier cosa para que nadie descubra lo que ha pasado.

Esta parodia de la muerte, donde el juego de palabras invierte el orden natural y lo transgrede, conlleva a las reflexiones que hace Kundera sobre la culpa, y su peso en la existencia.

En La fiesta de la insignificancia, el peso existencial alcanza su zenit paródico con esta irónica reflexión:

Y entonces Alain se imagina la voz de su madre diciéndole: Existes tal como eres porque he sido débil. Por mi culpa. Te ruego me perdones.

Estas ideas, se siguen sembrando a todo lo largo y ancho del carnaval literario que nos ofrece Kundera.  En otro pasaje, Stalin dice:

Luego Kundera habla de la caída de los ángeles, que no es otra cosa que el derrumbe de las utopías, de esos sueños humanos que terminan produciendo las guerras y poniendo al mundo patas arriba. En efecto, ¿Qué indica esa caída? ¿Una utopía asesinada tras la cual ya no habrá otras? ¿Una época de la que ya no quedará huella? ¿Libros y cuadros arrojados al vacío? ¿Una Europa que ya no será Europa? ¿Bromas de las que ya nadie se reirá?

Estas reflexiones, nos preparan para el acto final de la fiesta. Kundera nos habla a través de una reflexión que le hace Ramón a D’Ardelo:

Se cierra el telón y se levanta una última vez. Aparece nuevamente el jardín de Luxemburgo:

Se baja el telón. Culmina el carnaval, esta fiesta de Milán Kundera que fue de todo, menos insignificante.



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