El Simbolismo, movimiento poético que surgió en Francia y Bélgica a mediados del siglo XIX, fue una reacción a la excesiva racionalidad de la Ilustración y la mimética con lo natural del Naturalismo, al excesivo esteticismo de los parnasianos y al sentimentalismo de los románticos.
Los poetas buscaban viajar a sus mundos interiores, para descubrir un universo inhóspito, donde emociones y sentimientos – la intuición misma – fueran los planetas y las estrellas.
A partir de lo desconocido, los simbolistas le daban cuerpo a lo inefable. Como fantasma escurridizo, el mundo interior del poeta se valía de los símbolos externos para armar la estructura semántica, que de una u otra manera les interpretara con fidelidad lo que la sociedad burguesa era incapaz de representar: las pulsiones más profundas de lo humano, lo que hace que la vida cobre algún significado que justifique la existencia.
Eran rebeldes con causa. Se rebelaron contra los prejuicios de una sociedad que pretendía encasillar al ser humano dentro de un código prestablecido, robotizándole en sus usos y costumbres, volviéndole una entidad predecible y limitada. Ante el hastío producido por los convencionalismos, por la vida hecha cubículo y mesada, el poeta reaccionó pintando un cuadro deforme, el garabato sujeto a infinitas interpretaciones.
La poesía penetró las cavernas submarinas del alma humana y se conectó con los seres que allí hacen vida. Especímenes únicos, diferentes, extraños al ojo convencional. En estas profundidades la única luz es proyectada por la imaginación sensible. Persiguiendo al fantasma de sus emociones, el creador se vale de las visiones arquetípicas, adelantándose, en más de medio siglo, a las revelaciones sobre lo inconsciente que hizo Freud y de los arquetipos, con los que se conectó Jung .
Usando la poesía como un puente entre el universo interior y la sociedad, los poetas insurgieron con un lenguaje trascendental, con el cual superaban los límites de lo racional, alcanzando un todo universal, que para Rimbaud nunca se logró (retirándose a África para más nunca escribir).
La rebeldía poética arrancó la camisa de fuerza del mundo conocido, para volar hacia el espacio donde cualquier restricción es superable. Lo prohibido perdió su autoridad y se hizo salón lúdico.
Mordiendo la manzana de la tentación, traspasada las fronteras más peligrosas, los poetas quebraron el molde de la razón, del puritanismo social, del clasismo imperante, valiéndose de todos los recursos creativos, capaces de ser generados por la mente para representar lo irracional, lo que no se capta con el uso de la lógica.
Los sueños, el misticismo, los mitos de la antigüedad y lo arcaico dejaron de ser territorios poco visitados por el lenguaje. Los poetas emplearon sus experiencias por estos linderos para rescatar sensaciones, pulsiones vitales que no se explican con los significados tradicionales de la razón.
Así, dejaron de ser turistas del más allá, para convertirse en viajeros frecuentes del inframundo y del Paraíso, aterrizando en mundos oníricos, para darles forma y pintarlos de colores.







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