A continuación, haremos una breve reseña de los ensayos académicos: El cuerpo literario de la violencia en Venezuela (2016), de Ivonne De Freitas; y La vida derrotada. Parricidio y desarraigo de la violencia urbana en dos novelas venezolanas: “Jezabel” y “Guararé” (2013), del profesor Argenis Monroy.
Ivonne De Freitas reflexiona sobre la historia de la violencia en la literatura venezolana. Afirma que ese tema ha sido recurrente en nuestra producción literaria. Y recuerda que la violencia forma parte de la historia de la Literatura en Latinoamérica. Respecto a Venezuela, divide la historia en cuatro momentos:
1) Asociada a problemas históricos, sociales y económicos de la posguerra independentista (dos últimas décadas del siglo XIX, hasta la 1era. mitad del siglo XX). Menciona, entre otras, a Zárate (1882), de E. Blanco; Ídolos rotos (1901), de Manuel Díaz R.; Ovejón (1922), de Urbaneja Achelpohl; Su señoría el Visitador (1922), de José R. Pocaterra; y Doña Bárbara (1929), de R. Gallegos, a quien describe (citando a Violeta Rojo) como: “el gran novelista de la violencia venezolana, a la que identificaba con barbarie”. Y, finalmente, Lanzas coloradas (1931), de A. Uslar Pietri;
2) Testimonial de los años sesenta, vinculada en temas e ideología a los movimientos guerrilleros: Entre varias, destacan La muerte de Honorio (1963), de M. Otero Silva; Donde los ríos se bifurcan (1965), de Argenis Rodríguez; y País Portátil (1968), de A. González León;
3) Narrativa urbana (y “policial”), a partir de los años ochenta: Cerrícolas (1987), de Ángel G. Infante; Calletania (1992) de I. Centeno; Cuentos de humor, de locura y de suerte (1993), de L. Barrera Linares; entre otros y;
4) “La resignificación de la violencia de “la revolución bolivariana”: Matándolas a todas (2005), de L. Medina; Crímenes (2009), de A. Barrera Tyszka; En sueños matarás (2013), de F. Santaella; Jezabel (2013) de E. Sánchez R.; Tiempos del incendio (2014), de José R. Duque; entre otros.

Freites concluye diciendo que la literatura es lugar propicio para expresar el sentimiento de vivir en una sociedad plagada de barbarie y desolación: “la misión utópica de la literatura como extensión y completitud de la experiencia individual y colectiva”; y la del ser el reflejo de la realidad social de Venezuela. Para esta ensayista, la violencia es nuestra marca. Los sujetos representados en la Literatura son tipologías que indican múltiples formas de expresar la vida ciudadana.
Por su parte, el profesor Argenis Monroy hace el recorrido por la novelística latinoamericana que ha desarrollado el género “novela negra” (cuyo gran impulso editorial se debe a El simple arte de matar —1950—, de Raymond Chandler) y lo culmina en Venezuela, con una representativa lista de autores de este tipo de narrativa. Escoge las obras de Sánchez Rugeles (Jezabel) y Poleo Zerpa (Guararé) para hacer un análisis descarnado del significado de la violencia en nuestro ideario colectivo: la violencia en la ciudad, en el barrio, en el interior del país, en todas partes.
Inicia su ensayo con la devastadora cita del filósofo Giorgio Agamben: “(…) una experiencia manipulada y guiada como en un laberinto para ratas”. A partir de las dos novelas que analiza, el profesor Monroy expone a un país derrotado, que llega al siglo XXI con la violencia tatuada en cada poro de su existencia. Afirma: “Es como si el arraigo a un territorio marcara también la condena a morir, tarde o temprano, en manos del hampa porque, en realidad, es un estado desafectado de cualquier vínculo familiar, moral o social”, que nos condena al “insilio”, también a ser migrantes en nuestra propia tierra.
Las figuras del homosexual, en el caso del protagonista de Jezabel; y el Travesti, en Guararé; funcionan como puente para llevarnos al universo marginado, sin padre, que se hizo totalitario y monstruoso. La violencia real no se distingue de la ficcional, y el malandro adquiere connotaciones divinas en un hábitat parricida: “los santos malandros”, al convertirse esta figura en un sobreviviente, tipo Robin Hood, defensor del derecho a tener una voz en una sociedad carcomida en sus entrañas por la imposibilidad de un destino esperanzador: “Un nuevo “monstruo social” que, al tiempo que pervierte y destruye, somete y destierra, nos interroga sobre la vigencia del control social, del sistema jurídico y del poder del Estado”.
De las dos novelas analizadas por Monroy, la de Sánchez Rugeles es la que más se acerca a la violencia que experimentamos en el presente. Forma parte de la Narrativa del Desarraigo, propio de la era chavista. Y la de Poleo Zerpa funciona para comprender que los lodos, que nos sepultan hoy, fueron sembrados por los vientos venenosos del ayer, en una nación donde la vida en paz y provechosa se fue al demonio.
Estas palabras del profesor Monroy lo resumen todo: “Lo que importa no es esclarecer el crimen porque, en un país signado por un alto índice de criminalidad, el culpable puede estar en cualquier parte, sino las historias que en él se entretejen”.







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