Hace su entrada al salón de clases vistiendo jeans corroídos y camisa blanca, como ayer y como lo hará mañana. Este anfiteatro no escatima en gloria y le aguardan los mejores estudiantes de literatura hispanoamericana de Emerson College, casi todos del sexo femenino, con esas hormonas a millón.

Consagrado genio de las letras, el venezolano Ignacio Pocaterra dispara con su verbo balas de belleza y misterio. A la página en blanco la convierte en un jardín exótico de flores inéditas con aromas que provocan trances duraderos.

Se doctoró en filología a los veinticinco años en la Universidad de Salamanca, luego pasó por Yale y Oxford; tiempo después sigue haciendo magia en los escenarios mundiales de mayor prestigio y a todos hechiza: alumnos, colegas, lectores, críticos y libreros. Sus obras son consideradas «maestras» y continúan batiendo récords de ventas y reconocimientos. Ha ganado muchos premios y su firma se cotiza como si él fuera una versión cool de Jorge Luis Borges.

 El gran Ignacio Pocaterra: entarimado, elevado ante los ojos de sus devotos como el hijo de Apolo y Afrodita, listo para impartir su clase cocinando debates picantes y respondiendo a las preguntas con nuevas interrogantes que estimulan las neuronas, avivan los corazones y encienden pasiones. Y culminada la sesión, regresar a su planeta privado y secreto: «El edén de las elegidas».  

Allí solo tienen acceso las bellas y brillantes. De todos los colores y formas desfilan en cueros con sus tacones altísimos, exhiben su lingerie Dior y muy hot, ansiosas y ambiciosas, a las órdenes de un amo insaciable. El profesor Pocaterra desprecia los tabúes y las normas sociales. Él solo coge y mata: su genuino talento es ser un matador de ilusiones.

Sí, así es, el gran tenure professor Ignacio Pocaterra no asesina con las manos, porque para eso tiene el cerebro, que sabe usar como el superdotado que todos creen que es: seduce, erotiza, enamora; y hace con las señoritas lo que le viene en gana. Educadas en internados en Suiza y en París, habituadas a que todo gire en torno a ellas, se vuelven panteras (también dóciles gatitas) ansiosas por saciar cualquier apetencia  de su profe, un vampiro humano que haría ruborizar al conde Drácula y al marqués de Sade. Y agotados los caprichos, el profe se aburre y entonces asesina: inyecta a su presa una dosis letal de crueldad. Las heridas son incurables. Muere la esperanza; la ilusión se desvanece y quedan solo los escombros de una existencia que alguna vez prometió. El presente, intuido el tenebroso porvenir, da como resultado una píldora suicida.

—¡Márchate!

—¿Nos vemos mañana «Nachito rico»?

— ¡No!

—¿Por qué dices que no?

—Porque me aburres Carolina, ¿no te das cuenta de lo aburrida que te has vuelto?

—Pero si hasta hace nada me hacías el amor … ¿es que te hice algo malo? Dime porfa, ¿qué te hice mi «Nachito rico, papito mi rey»? (así le gustaba que le susurraran al oído — post coitus—, el muy cabrón). Soy capaz de mejorar, ¿sabes? Este viernes podemos manejar a New York. ¿Conoces el Carlyle? Allí te consentiré bastante y me estrenaré una sorpresita que te tengo. Vámonos el fin de semana, los días en Boston están tan nice y en Manhattan también, no te arrepentirás. Te invito y yo conduzco (le faltó decir: “en mi Porsche 911 Carrera GTS Cabriolet y rojo fuego”), solo tienes que ser tú y lo demás me lo dejas a mí.

—Márchate por favor Carolina, no quiero volver a verte. ¿Capeesh?

—¿Pero es que te has vuelto loco? ¿Por qué me tratas así tan de repente? ¿Te vinieron con algún chisme? Sabes que esas imbéciles me tienen celos… no creas esos cuentos… son pura envidia.

—No es nada de eso Carolina. Fue sabroso lo que tuvimos, sobre todo al principio, pero se acabó—todo en la vida se acaba— y ahora me estás aburriendo bastante. Hazme el favor y no regreses, ah, y te aconsejo que no vengas a mi clase. Inscríbete con el profesor Andrews, que yo te puedo hacer una recomendación para que entres en su curso a mitad de semestre; o vete a otra universidad si quieres. Pero si sigues insistiendo, puedo hacer que te que te expulsen (plagio, avances sexuales al profesor, lo que sea) y eso no quieres que suceda. ¿Capeesh?

—Eres muy cruel conmigo Ignacio. ¿Es una broma, alguna prueba a la que me estás sometiendo? Un académico respetable como tú comportándose como un genuino patán realengo, y con la fama de genio que tienes, quién lo creería. Porque, por lo exagerado y loco que suenas, esta escenita parece una comiquita. Sabes que si esto va en serio te voy a exponer frente a toda la universidad y eso no te conviene, “respetado profesor”, ¿o es que crees que puedes usarme de esta forma, cogerme y luego botarme como si yo fuera un pedazo de carne y ya… un bagazo, tu puta?

Esto no se va a quedar así “señor” … te vas a arrepentir. ¿O es que se te olvidó quién es mi papá? Con una llamada que él haga al dean serás historia aquí y en cualquier otro lado “señor profesor”. Olvídate de tu famosa carrera. ¿De verdad creíste que soy tan tonta, una pendeja que se va a dejar joder por ti? Piénselo mejor “señor profesor Pocaterra”. Ya veo que los rumores que circulan sobre ti son ciertos… y se quedan cortos.

—Mira pajarito, si dices aunque sea “pío”… un ente anónimo publicará fotos y videos en las redes sociales, en todas.  Y vaya que tengo bastantes, una joya: Carolina’s collection en dos, en tres y en cuatro… a rastras también… uuff. ¿Quiéres que tu “papi” sepa que su hija «perfecta» es una perrita (guau, guau, ja, ja), más apta para un Only Fans que para un cum laude?

—Pero ¿qué te has creído? … ¿por qué me haces esto? ¿acaso te hice algo malo?

—Ya te lo dije… no hiciste nada malo Carolina, solo que contigo volví a corroborar mi tesis. 

—¿De qué hablas? ¿Qué tesis es esa, acaso que yo soy un experimento para ti, un cliché para tu colección?       

—En efecto, sí lo eres y esta oficina es mi laboratorio. Y más que una tesis, se trata de una ley. ¿Sabes? En los años que tengo en la academia me he topado con cientos de mujeres idénticas a ti y todas son clichés. ¿O es qué te crees muy original? Se las dan de bellezas inalcanzables, chicas “10” que tienen al mundo en sus manos y miran a los demás como seres inferiores desde las alturas de sus egos astronómicos.

Se creen la tapa del frasco, la última PepsiCola del desierto. Exacto, como tú: buenazas, con ese culito paradito, la naricita respingada e infinitos dólares para malgastar. Pero tanta belleza se vuelve una droga, todo es fácil para ustedes. Exceso de lindura y facilismo las endiosa y les hace esclavas de sus propias mentiras, en un mundo de fantasía dentro de una burbuja de cristal. Tú pensaste que conmigo ganabas el trofeo.

Te sentías mejor que tus compañeras, superior, más que el mundo entero… y a mí no me veías como a una persona de carne y hueso, para ti yo solo soy un símbolo de estatus, la medalla de oro para exhibirte a ti misma y para proyectarte frente a tus amiguitas como la favorita …por supuesto, mejor que ellas. Para ti, en realidad, yo siempre he sido solo una “cosa” y no un ser humano…solo una conquista, la imagen idónea para sobar a tu ego y a tu narcisismo patológico. Sí, no me veas así, claro que lo eres, una narcisista, eso eres.

Y cada vez que te ponía un dedo encima gemías como una actriz a la que se le ven las costuras. Me daba la impresión de estar con una aspirante a actress XXX haciendo piruetas para algún film cuyos catadores solo podrían ser los usuarios masturbatorios de pornhub. “El profesor Pocaterra te eligió a ti y solo a ti”.  Eras su preferida, lista para hacer lo que que te exigiera… porque con esa carita de sifrinita eras mi perra.

Lo hiciste y superaste cualquier expectativa, porque pretendes engañar con una máscara de inocentona, tan bien administrada… porque en realidad viniste a mí experimentadita… zorrita que eres… pero no me quejo, fuiste como lo supuse desde que te vi la primera vez, al ver cómo caminabas por los pasillos, deliciosa, uuff, divina, la puta perfecta que resultó ser toda una actriz de los orgasmos (actriz de segunda, como dije); dime ¿cuántos orgasmos simulaste? Igual, no te lo quito, estás como un caramelito…uuff… con solo sobarte esas nalgas y esas tetotas de silicón… uuff, riquísimas. ¿Qué pasa, por qué pones esa cara, acaso te sorprende que supiera que son operadas? Es obvio carajita bella, bájate de esa nube.

—No seas tan vulgar Nacho, ¿perdiste el glamour? ¿En dónde dejaste tu charm tan posh? Eres malo y cheap. Qué error el mío de pensar que eras otra cosa… te tenía en un pedestal y estás cayéndote de platanazo en un segundo. 

—Ese es tu problema: te gusta vivir en la Isla de la Fantasía, porque siempre has tenido todo a tus pies. Despierta de una buena vez, ya no tienes quince años. El mundo real no es lo que te enseñaron en tu casa, donde sigues siendo una princesita de Disney. Quizás ahora abras los ojos y comiences a vivir como un adulto. Al final, te estoy haciendo un favor.

Algún día quizás lo comprendas y me lo agradezcas. Y entiéndelo de una buena vez Carolina… ya cumpliste tu rol en este experimento, ahora sigue tu camino que yo seguiré el mío. Te lo repito para que te lo grabes: me aburres; en realidad eres insoportable. Sigues siendo una niñita de papi que quiere que todos se rindan a sus pies. Pero conmigo te equivocaste. ¿Capeesh?

Carolina se congeló minutos eternos y salió de la oficina de su profesor con la mirada clavada en el suelo, extraviada en un abismo que apenas mostraba sus primeras grietas. Mañana, cuando se despierte a las cuatro pm, vomitará los calmantes que se zampará esta noche. En una semana anunciará en su casa que tiene una crisis vocacional… papi, necesito tiempo. Sus padres, consternados, tratarán de disuadirle sin éxito y al rato optarán por costearle un viaje a Grecia, Italia y España junto a su amiga Jennifer, que tiempo atrás comprendió que no necesita un título de Emerson College para casarse con un “niño bien” y tener una casa en The Hamptons, desde luego con piscina y cancha de tenis incluidas.

Y mientras Carolina va sumando la ingesta de substancias químicas en un intento fallido de lidiar con sus nuevos demonios, el gran professor Ignacio Pocaterra hace su entrada apoteósica y triunfal en el templo donde él es Apolo, Adonis y Zeus: el aula de clases, sintiendo en cada poro la adoración de sus devotos pupilos, que parecen una secta fanática: rostros soñadores, ansiosos de rozar la gloria literaria de la deidad que tienen frente a ellos, con la esperanza de un futuro como el de su maestro.

 —Juliana…

—¿Sí profe?

—¿Te veo más tarde?

—¿En su despacho profe?

—Sí, a las seis y puntual.

—Por supuesto profe, allí estaré.

—Gracias. Es todo por hoy y recuerden que para mañana toca debatir sobre Continuidad de los parques; El ídolo de las Cícladas; Axolotl; La noche boca arriba; El otro cielo… ah, y muy importante: No se culpe a nadie e Instrucciones para llorar.

Ya en su dorm, Juliana Restrepo, bella colombiana de veintiún años, futura heredera única de “Textiles Rius” y aceptada en Emerson College para luego hacer su postgrado en Harvard, invertirá casi una hora frente al espejo, gozándose a sí misma: caderas de bailarina árabe, turgencia de unos pechos naturales moldeados por el mismísimo Lucifer, curvas (carretera a Mónaco style) y la firmeza de un culo hecho para que San Benito se cuestione su vocación y Reinaldo Arenas su inclinación. Recitará a Vallejo y también con las rimas de Darío endulzará la velada.

A las seis sharp tocará la puerta de su profe y todavía no se lo cree. ¿Por qué ella? —¡Claro!  Nadie es más brillante—. Va por el summa cum laude y ninguna le iguala en hermosura, —¡nadie está más buena que yo! por eso me escogió a mí—.

Juliana (“Julianita” para su papá) da los últimos toques a sus bucles solares; se pone una lingerie de encajes, pasa a sus jeans (que al fin entraron courtesy of Vaseline) y se entacona (10 cm)… pero antes de todo eso rocía (Chanel No.5) con delicadeza a su exclusiva y anhelada (en especial por los imberbes fantasiosos del Colegio Los Nogales) orquídea de Venus, ahora reservada solo para su profe… y claro… sin dejar de repetirse a sí misma que la depilada al estilo Hollywood fue un good choice para lograr una actuación en su examen oral digna de una estudiante suma com laude.



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Una respuesta a “El edén de las elegidas (versión pop)”

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