Cómo el discurso del despojo ignora la historia petrolera venezolana, tergiversa el derecho internacional y arriesga la influencia estadounidense en el hemisferio

Por Juan Carlos Sosa Azpúrua


I. Introducción: un mito que distorsiona la estrategia

Donald Trump ha resucitado una idea que seduce al electorado estadounidense por su simplicidad: la creencia de que Venezuela robó petróleo a Estados Unidos. Según este relato, el chavismo habría arrebatado activos norteamericanos, violando soberanía económica y justificando nuevas políticas de fuerza.

La narrativa funciona bien en campaña: ofrece enemigos claros, agravio nacional y promesas de restitución. Pero descansa sobre una construcción falsa.

El petróleo venezolano nunca fue propiedad del Estado estadounidense; las expropiaciones afectaron a empresas privadas, no a Washington; y los litigios resultantes fueron resueltos en tribunales internacionales mediante compensaciones multimillonarias.

Paradójicamente, el verdadero despojo económico del chavismo ocurrió en el país profundo: fuera del petróleo.


II. La historia petrolera venezolana contradice el relato de expolio

Desde la primera ley de hidrocarburos, Venezuela mantuvo la propiedad estatal del subsuelo. Las compañías extranjeras explotaron, invirtieron y refinaron petróleo bajo contratos y concesiones, nunca bajo transferencia soberana del recurso.

Cuando Venezuela nacionalizó la industria en 1975, el proceso fue —como pocas veces ocurre en el sector— ordenado y compensado. Exxon, Mobil y Shell salieron del país mediante acuerdos y pagos.

Nada que se parezca a un robo.


III. PDVSA y CITGO: cooperación, no despojo

La integración de PDVSA al mercado norteamericano, a través de CITGO, fortaleció a ambas partes:
– Venezuela aseguró salida para su crudo pesado;
– Estados Unidos obtuvo un flujo estable y rentable para su industria de refinación.

Durante décadas, fue un matrimonio empresarial exitoso.


IV. La Apertura Petrolera de 1990: el proyecto de potencia

La Apertura Petrolera, concebida y articulada por Andrés Sosa Pietri —presidente de PDVSA en 1990 y arquitecto de la visión energética que colocaba a Venezuela en ruta de convertirse en una potencia petrolera del siglo XXI— marcó el inicio del ciclo de modernización más ambicioso de la industria nacional.

Su fundamento legal se remonta a 1975, cuando Sosa Pietri —senador entonces— redactó el artículo 5 de la Ley que Reserva al Estado la Industria y el Comercio de los Hidrocarburos, norma que preservó la propiedad estatal del recurso pero abrió, de forma explícita, la puerta al capital privado con arbitraje internacional.

El resultado fue una revolución industrial: alianzas con ExxonMobil, ConocoPhillips, Chevron, Total, Statoil y Petrobras; tecnología de punta en la Faja del Orinoco; y flujos crecientes de inversión extranjera.

Venezuela parecía desplazarse —sin complejos— hacia el centro energético del hemisferio.


V. 2007: el quiebre de Chávez

El proceso se fracturó cuando Hugo Chávez impuso la migración forzosa de los contratos hacia empresas mixtas estatales.

Unas compañías negociaron.
Otras se retiraron.
Todas acudieron a los mecanismos legales previstos para ello.

Lo que siguió quedó registrado en tribunales, no en panfletos.


VI. Los tribunales internacionales desmantelan el mito del robo

Las grandes petroleras llevaron sus casos a instancias internacionales como el CIADI.

Los resultados son inequívocos:

  • ConocoPhillips recibió laudos por cerca de USD 8.500 millones;
  • ExxonMobil alcanzó acuerdos y compensaciones sustanciales;
  • otras compañías pactaron pagos bilaterales.

Si Venezuela hubiese robado activos estadounidenses, la arquitectura jurídica global no habría funcionado; sin embargo, funcionó.


VII. Donde sí hubo robo: la economía real venezolana

Mientras la retórica norteamericana insiste en un “robo petrolero”, el verdadero despojo ocurrió lejos de los campos del Orinoco.

El chavismo confiscó, sin indemnización ni arbitraje, vastos segmentos de la economía no petrolera: agricultura, manufactura, industria pesada, logística y comercio.

Agroisleña, Sidor, Éxito, Constructora Nacional de Válvulas C.A., fundos agrícolas, siderúrgicas, bancos regionales y redes de distribución industrial fueron tomados a la fuerza y sin legalidad.

Ese sí fue el saqueo:
la destrucción sistemática del aparato productivo nacional.


VIII. El colapso petrolero venezolano: el botín que nunca existió

La producción venezolana se ha desplomado.
La infraestructura industrial está en ruinas.
PDVSA perdió su músculo tecnológico y humano.

No hay un tesoro por recuperar: solo los escombros de una industria destruida.


IX. El vacío estadounidense y el avance de actores rivales

Mientras Estados Unidos debate fantasmas, China, Rusia e Irán consolidan posiciones estratégicas en Venezuela: refinerías, deudas, rutas, logística, exportaciones.

No fue Caracas quien expulsó a Washington: fue Washington quien cedió el terreno.


X. La lección estratégica que Trump ignora

Trump propone dureza.
La evidencia venezolana muestra que la dureza aisló a Estados Unidos, debilitó su legitimidad y entregó el tablero a sus adversarios.

La reconstrucción de influencia pasa por instituciones, no por amenazas.


XI. Conclusión

La narrativa electoral sobre un “robo petrolero” satisface pasiones, pero no resiste evidencia. Venezuela nunca expropió al Estado estadounidense. Los casos petroleros se resolvieron con derecho, no con victimización.

El país que sí fue saqueado fue Venezuela, no Estados Unidos. El chavismo desmontó la economía interna: confiscó industrias, destruyó producción y pulverizó patrimonio privado.

Si Washington desea recuperar influencia, primero debe recuperar precisión:
comprender dónde hubo robo y dónde no.
quién perdió riqueza y quién perdió narrativa.

El resto es ruido político.

Vincit qui se vincit” — vence quien se vence a sí mismo.











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2 respuestas a “Ni robo petrolero ni victoria estratégica: Trump entiende mal a Venezuela”

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